lunes, 24 de septiembre de 2007

Mi primera lección

Todo el mundo piensa que los palestinos se levantan ya con el arma en la mano desde por la mañana. Mis compañeros en cambio, doy fe de ello, se levantaban con el bote del gel. Iban apareciendo poco a poco, saliendo de las tiendas de campaña en que dormían y diciendo 'Sabah el jeir' o 'Good morning' según les saliese. Deambulaban hacia el baño con los ojos aún medio cerrados y tan sólo diez minutos después salían totalmente despiertos, con la cara lavada y el pelo engominado. La primera vez que vi aquel gel me pareció una pasta asquerosa, ¡era negro! ¿Dónde se había visto antes un gel negro? A mí me recordaba a los calamares en su tinta... '¿Y esto te lo pones en el pelo?', le pregunté a un compañero mientras hacía muecas extrañas. 'Claro, ¡pero si es buenísimo!', me contestó con una gran sonrisa de esa que ponemos a veces cuando nos hace gracia algo por lo obvio que es. 'Mira', continuó, 'sólo tienes que poner un poquito: así, ¿ves? Es muy fuerte, así que sólo hay que poner un poco. Lo repartes en la mano, mojándolo, y luego lo extiendes por el pelo. Le das la forma que quieras ¡y listo!, ¿entiendes?'. Claro que lo entendía, pero debió de confundir mi cara de sorpresa por la explicación relámpago con una ignorancia total por mi parte hacia el maravilloso mundo de los geles fijadores y su modo de utilización. Era la primera vez que un chico me daba consejos sobre cómo peinarme. Fue mi primera lección.

Relaciones extrañas

Dejando a un lado si algo así es realmente posible, debemos reconocer que ese amor loco no es más que la excusa, en este cortometraje, para presentar una situación que, de vez en cuando, se nos presenta a todas luces absurda.

Puede que lo hayáis visto ya, pero no me puedo resistir a dejaros en enlace.

Opiniones, por supuesto, hay para todos los gustos: desde quienes lo acogen con auténtico humor a quienes se quejan de que hace burla del sufrimiento de la gente.

Juzgad vosotros mismos.







El viaje

Salimos con más de media hora de retraso de Barajas. Pasé de estar nerviosa por temor a perder el vuelo de conexión Zurich-Israel a rezar en el avión para que llegara tarde y me tuvieran que meter en un hotel hasta que saliese el siguiente. ¿A quién le apetece llegar a Tel Aviv a las cuatro de la mañana?.
No hubo suerte: me tocó correr, eso sí, pero al final pillé bien la conexión y antes de las cuatro ya estaba plantada en la tierra prometida.

El viaje fue tranquilo y esta vez la escala no llevó más de una hora, gracias a Dios. En Abril no tuve más remedio que esperar tres horas y media en el aeropuerto de Milán, con anuncios de turismo sobre Rumanía como único consuelo a mi total aburrrimiento.

Cuando llegamos a Zurich todo estaba lleno de rizos largos colgando de cabezas cubiertas por sombreros negros. Sólo vi un par de mujeres árabes, con pañuelo, a las que estaban registrando tras unas cortinas.

Me sentí rara, tan rara como las otras veces que he ido. No es miedo: es una sensación extraña, incómoda; es como sentirse una minoría, un puntito en medio de algo a lo que no perteneces. No sé si era la única no judía en aquel avión pero, de no ser así, faltaba bien poco.

Llegamos a Tel Aviv; no recuerdo si esta vez aplaudieron al tomar tierra: yo estaba muy ocupada comprobando si llevaba el pasaporte y pensando si me llevaba o no la manta del avión, porque fuera tenía pinta de hacer fresco y a mí me tocaba aún esperar unas cuantas horas en el aeropuerto antes de tomar el taxi a Jerusalén.

Al final me dio vergüenza y la dejé: prefería pasar frío antes de que una de las señoritas azafatas me pusiese la cara colorada reclamándome la manta en cuestión.

Bajamos del avión y volví a recorrer la rampa que lleva a los puestos de control de pasaporte.

El anuncio de la compañía de móviles seguía estando allí, imperecedero, al otro lado de la cristalera.

La espera fue un tanto tensa: nunca sabes si te van a dejar pasar. Era la tercera vez que iba, ¿cómo se lo iba a explicar cuando me preguntaran por qué iba con tanta frecuencia? Ya lo habían hecho antes. Genial. Otra mentira más que contar.

Para mi sorpresa, la chica no se preocupó demasiado de mirar los sellos de entrada y salida anteriores.

¿Cuál es el propósito de tu visita a Israel?, ¿En qué trabajas?, ¿Conoces a alguien en Israel?
Turismo, Educadora infantil, Unas amigas me esperan en Jerusalén.

Fue fácil. Llegar a las cuatro de la mañana tiene sus ventajas: creo que la chica que me atendió estaba más dormida que yo.

Al recoger el pasaporte vi que me había metido un papelito dentro. Por supuesto, ni idea de lo que decía. La primera , y hasta entonces, única vez que lo habían hecho fue en el verano del 2006, cuando iba a Nablus, y me retuvieron en el último control, bombardeándome a preguntas entre dos durante diez minutos.

Respiré y seguí adelante queriendo aparentar la mayor normalidad del mundo.

Miraron el pasaporte, cogieron el papel y... nada.

¿Paranoias mías? No lo sé. El caso es que esta vez tuve la suerte de escaparme de las odiosas preguntas a dos bandas.

Otros compañeros míos, lo supe después, pasaron gran parte del día siendo interrogados en el aeropuerto. Ellos dijeron que iban a Ramallah y se quedaron tan tranquilos. Por supuesto, a los de seguridad del aeropuerto no les pareció tan normal. También hubo quien empezó mintiendo y terminó confesando y hasta dando mi número de teléfono como excusa. Pero, ¿qué puedo decir? Después de 12 horas de interrogatorio ¿no es normal terminar diciendo la verdad?.


miércoles, 19 de septiembre de 2007

Este año ha distado mucho de parecerse al verano pasado. Recuerdo las semanas anteriores al comienzo del campo: Fatah y Hamas se estaban matando entre ellos y, de paso, llevándose a algún que otro por medio. No podía creer en tanta estupidez. Verles matándose así: nunca me lo hubiese imaginado. Sentía tanto dolor... Desde luego, no estaban haciendo ningún favor a su causa. Si ya buena parte del mundo pensaba que no eran más que unos seres aún por civilizar, verles a tiro limpio de aquella forma era lo único que nos faltaba.
Y yo, mientras tanto, pensando que por unos pocos estúpidos no iba a poder volver este verano. Los planes en Palestina no existen. Así que ahí estaba yo, pensando ¡¿Qué hago!? ¿!Qué hago?!. Pregunté a algunos amigos de Nablus, me desahogué con los de aquí, recibí emails de compañeros y amigos diciendo 'No pensarás volver, ¿verdad?', '¡No vayas!' y 'las cosas no están bien', a lo que yo respondía siempre 'Quizá', 'No lo sé' y '¿Cuándo lo están?', respectivamente. Como dijo Shawn, voluntario también en Palestina en el 2005, 'nunca puedes ir a Palestina sin correr un riesgo'. Pero he de confesar que lo que me animó definitivamente a participar fue la contestación de mi amigo Islam: "es verdad que las cosas no están bien pero, por otro lado, Birzeit es una zona más tranquila, tienen una bonita universidad y, sobre todo, al ir allí no tendrás una guía de 25 páginas llena de reglas a observar". Me hizo tanta gracia que por un momento me olvidé de la ocupación y los tiros fraticidas. Aún así, no envié mi solicitud hasta el último momento, en el último día. Siempre pegada a las noticias mantenía la esperanza de que alguien me dijera que todo se había calmado. Pero nadie me daba seguridad, siempre había un 'sí, ahora estamos mejor, pero ya sabes cómo es esto'. Vaya que si lo sabía. Decidí tomar el riesgo, enviar mi solicitud. A los dos días tenía un mensaje de Ghada, la coordinadora del campo, despidiéndose con un 'See you in Birzeit!'. Fue una mezcla de alegría y temor al mismo tiempo. Ya estaba hecho: me iba a Palestina. Repetía. Ir a la universidad de Birzeit este año ha sido una de las mejores cosas que he hecho.
No me he arrepentido ni durante un segundo.