Me resulta complicado hablar sobre lo bien que me lo he pasado en Ramallah este verano pasado cuando las noticias sobre Gaza van, cada día, de mal en peor. Incluso en Cisjordania la situación ha estado también especialmente tensa.
Hablar sobre bailes y fiestas mientras a unos kilómetros siguen cayendo los muertos (la mayoría civiles) a manos del ejército israelí me parece, cuanto menos, una falta de respeto y del sentido del dolor pero, a pesar de ello, creo que la gente debe saber que existe otra Palestina, otra cosa que no sale en los medios. Como bien decía un compañero del campo, y ahora ya amigo, “este año hemos descubierto la Palestina libre, desconocida”.
Pero cuidado: hablar sobre esto entraña un problema esencial, y no me refiero solamente a las posibles críticas por una supuesta falta de sensibilidad de la que aquí escribe. Hay otras críticas que temo mucho más: las de aquellos que se empeñan en simplificar al máximo las cosas para poder entenderlas hasta llegar a rozar el límite de lo absurdo y que, encima, por si fuera poco, van sentando cátedra con sus opiniones siempre que tienen oportunidad.
A mí, lo reconozco, me resulta complejo tratar una situación que yo misma estoy aún descubriendo. La gente no tiene por qué saber todo sobre Palestina e Israel, pero sí creo que todos, sin excepción, deberíamos ser un poco más humildes al hablar sobre algo que no conocemos a la perfección (¿realmente se puede conocer algo sin ningún tipo de error o duda?).
Por eso, digo, es tan difícil hablar sobre este tema. Si yo comento que este verano me lo he pasado en grande bailando y visitando ciudades de un lugar a otro de la Cisjordania ocupada, corro el riesgo de que la gente se olvide de la palabra ‘ocupada’ y piense que ir allí es como hacer un crucero por el Caribe o acercarse a Benidorm a tomar un poco el sol, “Oye, si te lo has pasado tan bien, ¡será que la situación no está tan mal como la pintan!”.
Si digo que me he tomado mis cervezas en Ramallah y en Belén, comenzarán con eso de “¡Ah, pero si ellos son musulmanes! No pueden beber alcohol, ¿no?” (pasando por alto el hecho de que en Palestina no sólo hay musulmanes y que, más importante aún, cada uno es muy libre de hacer con su vida lo que le dé la gana, de seguir o no los dictados de la religión en la que ha sido criado).
“Así que cervezas, ¿eh?, ¡qué espabilados!” y comenzarán con eso de que son unos hipócritas que quieren imponer su religión a los demás pero luego ellos mismos no la siguen, enlazando después directamente con lo de convencer a otros para que vayan a explotarse mientras los cerebros de la operación se quedan en sus casas. Y ya por último sólo les falta ver las noticias y sentir cómo la tensión se les va por las nubes al comprobar cómo el paro aumenta, los inmigrantes nos arrebatan el subsidio por desempleo y el terrorismo internacional nos persigue allá donde estemos. Ante esto, ¿qué hacer? Unirnos todos, todos los que representamos la civilización occidental: la civilización por antonomasia, claro está; hacer muralla y defender nuestros valores y nuestras casas. Hay que acabar con la amenaza que suponen aquellos que tienen costumbres tan opuestas a las nuestras. ¡Mira que tomarse una cerveza!.
Pero yo me niego, ME NIEGO, a mostrar una Palestina en la que sólo hay armas y fotos de los mártires en las paredes de la ciudad; me niego a dar una imagen que, por ser parcial, no es totalmente real.
Claro que hay muertos, bombas, disparos, mártires, “daños colaterales” y soldados asesinados; pero también hay estudiantes que están más preocupados por sacar un 8 en el examen que por coger un arma, parejas que se encuentran a escondidas para darse un beso lejos de miradas indiscretas, niños que disfrutan con actuaciones de payasos y pueblos enteros que bailan al compás de la música en festivales de dabka.
No son tan diferentes a nosotros: intentan llevar una vida lo más normal posible e, incluso, a veces ¡hasta parece que lo consiguen!.
Ellos no tienen el problema: lo tenemos nosotros ¿o es que acaso reaccionamos ante lo que ocurre si no nos ponen fotografías de bebés muertos y madres sollozando?
Para amar Palestina no se puede ir siempre por el camino de la muerte.
Hablar sobre bailes y fiestas mientras a unos kilómetros siguen cayendo los muertos (la mayoría civiles) a manos del ejército israelí me parece, cuanto menos, una falta de respeto y del sentido del dolor pero, a pesar de ello, creo que la gente debe saber que existe otra Palestina, otra cosa que no sale en los medios. Como bien decía un compañero del campo, y ahora ya amigo, “este año hemos descubierto la Palestina libre, desconocida”.
Pero cuidado: hablar sobre esto entraña un problema esencial, y no me refiero solamente a las posibles críticas por una supuesta falta de sensibilidad de la que aquí escribe. Hay otras críticas que temo mucho más: las de aquellos que se empeñan en simplificar al máximo las cosas para poder entenderlas hasta llegar a rozar el límite de lo absurdo y que, encima, por si fuera poco, van sentando cátedra con sus opiniones siempre que tienen oportunidad.
A mí, lo reconozco, me resulta complejo tratar una situación que yo misma estoy aún descubriendo. La gente no tiene por qué saber todo sobre Palestina e Israel, pero sí creo que todos, sin excepción, deberíamos ser un poco más humildes al hablar sobre algo que no conocemos a la perfección (¿realmente se puede conocer algo sin ningún tipo de error o duda?).
Por eso, digo, es tan difícil hablar sobre este tema. Si yo comento que este verano me lo he pasado en grande bailando y visitando ciudades de un lugar a otro de la Cisjordania ocupada, corro el riesgo de que la gente se olvide de la palabra ‘ocupada’ y piense que ir allí es como hacer un crucero por el Caribe o acercarse a Benidorm a tomar un poco el sol, “Oye, si te lo has pasado tan bien, ¡será que la situación no está tan mal como la pintan!”.
Si digo que me he tomado mis cervezas en Ramallah y en Belén, comenzarán con eso de “¡Ah, pero si ellos son musulmanes! No pueden beber alcohol, ¿no?” (pasando por alto el hecho de que en Palestina no sólo hay musulmanes y que, más importante aún, cada uno es muy libre de hacer con su vida lo que le dé la gana, de seguir o no los dictados de la religión en la que ha sido criado).
“Así que cervezas, ¿eh?, ¡qué espabilados!” y comenzarán con eso de que son unos hipócritas que quieren imponer su religión a los demás pero luego ellos mismos no la siguen, enlazando después directamente con lo de convencer a otros para que vayan a explotarse mientras los cerebros de la operación se quedan en sus casas. Y ya por último sólo les falta ver las noticias y sentir cómo la tensión se les va por las nubes al comprobar cómo el paro aumenta, los inmigrantes nos arrebatan el subsidio por desempleo y el terrorismo internacional nos persigue allá donde estemos. Ante esto, ¿qué hacer? Unirnos todos, todos los que representamos la civilización occidental: la civilización por antonomasia, claro está; hacer muralla y defender nuestros valores y nuestras casas. Hay que acabar con la amenaza que suponen aquellos que tienen costumbres tan opuestas a las nuestras. ¡Mira que tomarse una cerveza!.
Pero yo me niego, ME NIEGO, a mostrar una Palestina en la que sólo hay armas y fotos de los mártires en las paredes de la ciudad; me niego a dar una imagen que, por ser parcial, no es totalmente real.
Claro que hay muertos, bombas, disparos, mártires, “daños colaterales” y soldados asesinados; pero también hay estudiantes que están más preocupados por sacar un 8 en el examen que por coger un arma, parejas que se encuentran a escondidas para darse un beso lejos de miradas indiscretas, niños que disfrutan con actuaciones de payasos y pueblos enteros que bailan al compás de la música en festivales de dabka.
No son tan diferentes a nosotros: intentan llevar una vida lo más normal posible e, incluso, a veces ¡hasta parece que lo consiguen!.
Ellos no tienen el problema: lo tenemos nosotros ¿o es que acaso reaccionamos ante lo que ocurre si no nos ponen fotografías de bebés muertos y madres sollozando?
Para amar Palestina no se puede ir siempre por el camino de la muerte.