martes, 13 de noviembre de 2007

Cita en la Complutense

En conmemoración del 3º aniversario del fallecimiento de Yaser Arafat
y
el 19º aniversario de la Declaración de Independencia
LA DELEGACION GENERAL DE PALESTINA y DEPARTAMENTO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO Y
RELACIONES INTERNACIONALES
DE LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA INFORMACION
DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID



Tienen el honor de invitarle a la mesa redonda
“El Proceso de Paz en Oriente Medio y el Papel de Arafat en las negociaciones”

La mesa redonda tendrá lugar el día 14 de noviembre
de 11:00 a 13:00h
en la Sala Naranja de la Facultad de Ciencias de la Información
de la Universidad Complutense (Avda Complutense, s/n)


Ponentes: Excmo. Sr. D. Álvaro Iranzo Gutiérrez, Director General de Política Exterior
para el Mediterráneo, Oriente Próximo y África.
Excmo. Sr. Embajador D. Musa Odeh.
D. Javier Arenas (Periodista)
D. Javier Valenzuela (Escritor)
D. Mahmoud Sobh (Catedrático Emérito de la UCM)



lunes, 12 de noviembre de 2007

“PALESTINA 181” - 60 AÑOS DESPUÉS

Programa de actividades con motivo del “Día internacional de solidaridad con Palestina

Organiza Casa Árabe-IEAM con la colaboración de la Misión Diplomática de Palestina en Madrid.

Lugar: Ateneo de Madrid (calle Prado, 21)

28 de noviembre

INAUGURACIÓN:

Bernardino León Gross. MAEC
Gema Martín Muñoz, directora general de Casa Árabe-IEAM
Musa Amer Odeh, representante de la Misión de Palestina en Madrid
17:00 a 21:30 CONFERENCIA

17:00-19:00

1ª intervención. 1947, las consecuencias de la partición y la dispersión
Mohammad Barakeh (miembro de la Knesset, presidente del Frente Democrático por la Paz y la Igualdad - Hadash)

2ª intervención. 1967, las implicaciones de la ocupación para la población palestina e israelí
Lev Grinberg (profesor de sociología política, Universidad Ben Gurion)

19:00 – 19:30 Descanso

19:30 – 21:30

3ª intervención: 1987, Intifada, negociaciones de paz. Un balance Khalil Shikaki (director del Palestinian Center for Policy and Survey Research)

4ª intervención: 2007, Palestina hoy Ilan Halevi (miembro del departamento de relaciones exteriores de Fatah, ex vice ministro de Asuntos Exteriores).

22.00 Cine

Proyección de la película “La boda de Rana “ (Hany Abu-Assad, 2002)

29 de noviembre

21:30 Música Concierto del Oriental Music Ensemble (Palestina)

viernes, 2 de noviembre de 2007

Fe

Me debato entre escuchar a Outlandish -Look into my eyes- o retomar a Amos Oz donde lo dejé anteayer.

Con mi estado de ánimo, la canción es peligrosa: te hace sentir la rabia de la ocupación y me trae demasiados recuerdos; no quiero llorar en el tren. El libro también lo es: están en plena reunión de la ONU, un 29 de noviembre de hace ya muchos años, votando para decidir si se crea o no un Estado judío en Palestina; no me veo leyendo sobre la alegría de los miles de judíos que por fin consiguieron lo que durante tanto tiempo esperaron. Hoy no.

Así que me dedico a mirar por la ventana y a pensar, a ratos en Abed, a ratos en lo que le voy a contestar a mi abuela cuando me pregunte algo así como 'Hija, ¿¡y cómo es que has venido!?'.

El paisaje sigue pasando rápido, a mi lado, de camino a Atocha.

¿Por qué he venido? Porque han matado a un amigo y, dadas las circunstancias, sólo me queda rezar, llorar o coger un M16. No me veo pegando tiros y ya he llorado, ¿qué es lo que me queda?.

Estando allí, en la iglesia, me sentía en parte como una extraña, ajena a todo ese mundo. Cuando unas cuantas manos se dirigieron a mí con el consabido 'la paz sea contigo' no pude evitar llorar. ¿Paz? ¿qué paz?. Cuanto más lo pienso, menos entiendo que lo llamen Tierra Santa. ¿O es que acaso la sangre derramada santifica el lugar que la absorbe?. Si de verdad Dios existe, debe de sentir, como mínimo, vergüenza.

En un momento determinado recordé a los dos soldados israelíes que también murieron durante esos días. ¿Querrían estar ahí? ¿Sabían lo que hacían? ¿Y sus familias?

Para ellos, Abed era un terrorista y para mí, ellos no eran más que la cara visible de la ocupación y la muerte en Palestina.

La misa estaba acabando y yo seguía pensando en Tierra Santa, en Abed, en el cura que hablaba sobre Jesús, en Jesús, en los dos soldados muertos, en las familias de unos y de otros, en mis amigos de Ramallah y Nablus, en por qué la gente besa los pies de una estatua, en qué hacía yo allí, en 'no llores, no llores: aquí no'.

Haciendo caso omiso de esos verdaderos creyentes que poseen la verdad absoluta y que mantienen que la oración sólo es válida para los que comparten tu misma fe, recé por unos y por otros, para que todo esto se acabe ya.

¿Quién sabe? Mientras nosotros seguimos en esta tierra echándonos los trastos a la cabeza, quizás ellos, allá arriba, se entiendan mejor de lo que jamás lo hicieron aquí abajo.



Una maqueta a escala

Sí, eso es Hebrón: una maqueta a escala de la ocupación Israelí sobre Palestina.

Fadi, Valentina, Antonio y yo nos escapamos a Hebrón en nuestro primer día libre. Antonio tenía muchas ganas de ir y mi otra opción era Nablus o Jerusalén, lugares en los que ya había estado, así que la elección fue fácil.

Después de esperar más de una hora a que nuestro amigo se preparara, cogimos un taxi desde la entrada de la universidad hacia Ramallah.

Nos bajamos no muy lejos de la plaza Al-Manara, tristemente famosa tras la incursión israelí en la ciudad hace unos años, y tomamos otro taxi hasta Hebrón.

Después de hora y media y un par de checkpoints, llegamos a nuestro destino.

La ciudad estaba llena de gente y por todas partes salían niños diciéndonos '¡Shalom, shalom!'. Al principio no caímos en la cuenta hasta que una niñita pelirroja insistió más que el resto de los críos que nos habíamos cruzado hasta entonces: se mantenía haciendo círculos a nuestro alrededor, con una gran sonrisa en la cara y mirándonos expectante. Valentina se dio la vuelta y con cara de extrañada me preguntó: '¿Qué ha dicho?' Yo, que estaba igual de extrañada que ella, contesté 'Creo que Shalom'. Nos dimos la vuelta ambas hacia la niña y contestamos con un Salam.

La cría hablaba árabe con sus amigos, así que judía no era pero, nos dimos cuenta más tarde, cualquier mujer que no llevara pañuelo era, a los ojos de los niños, judía.

Abriéndonos paso por el mercado como buenamente podíamos, íbamos avanzando hacia la mezquita de Ibrahim (Abraham). Aquello estaba tan lleno de gente que no se podía ni caminar y nosotros, tan cuidadosos de no pisar a nadie, siempre terminábamos importunando a alguna buena mujer que intentaba hacer la compra entre tantos codos y pies revueltos.

Los niños corrían con carros arriba y abajo de la calle, transportando la mercancía que los hombres de los puestos les mandaban traer y llevar.

Poco a poco el tumulto se fue diluyendo hasta que pudimos andar más o menos tranquilamente. Fadi se reía al ver nuestras caras y nosotros nos mirábamos unos a otros pensando '¡Qué aventura!'.

Llegó un momento en el que prácticamente no había nadie por la calle. Antonio ya me lo había avisado: la gente desaparece según te acercas a la zona judía.

Para mí, esta era la primera vez que estaba en Hebrón, pero iba confiada porque Antonio ya me había puesto al tanto. Gran error: pensar que algo no te va a afectar simplemente porque ya has oído hablar de ello anteriormente es una falacia.

Me quedé parada en medio de la calle, mirando al soldado israelí que nos apuntaba desde la azotea de la antigua escuela árabe convertida en la nueva escuela judía. Yo no le vi cara de muchos amigos y un nerviosismo extraño me subió desde el estómago. Vale, éramos internacionales, no habíamos hecho nada para llamar su atención, así que no tenía por qué ocurrir nada, pero ¿quién se acostumbra a que lo apunten con un arma?.

Me metí debajo de los soportales, medio escondiéndome detrás de Fadi. Él seguía riéndose: debíamos de parecer la cosa más graciosa del mundo, con nuestras caras descompuestas -a medias por los nervios, a medias por la mala leche que nos iba invadiendo- allí puestos, frente a la escuela, con ese tío apuntándonos descaradamente.

Casi no había gente a nuestro alrededor: el blanco era fácil.

De repente todo lo ilógico de la situación volvió a mí de golpe.

Los colonos israelíes que están allí ilegalmente campan a sus anchas protegidos por los soldados, por supuesto también israelíes, mientras que los que por ley tienen derecho a vivir allí no tienen más remedio que respirar entre M16 apuntándoles día y noche desde las azoteas, puestos de control siempre que quieren desplazarse y basura, que los colonos arrojan desde las casas que han ocupado, pendiendo sobre sus cabezas cuando caminan por las calles.

¿No está el mundo un poco al revés?


jueves, 1 de noviembre de 2007


Ya está, se acabó: otro más.

Le conocimos un mediodía en Nablus, este mismo verano. Era más joven que yo; no recuerdo con exactitud si tenía 22 ó 23.

La gente le saludaba por la calle y él devolvía una sonrisa tranquila a cada uno. Por un instante pensé que le gustaba pasear con nosotros por el laberinto de la Ciudad Vieja porque nos quería demostrar lo importante que era. Después de despedirnos aquella tarde, me di cuenta de lo equivocada que estaba en mi primera impresión.

Fuimos a su casa, nos presentó a su madre: una señora más bien bajita, vestida de blanco, con un pañuelo cubriéndole la cabeza, que nos invitó a pasar hasta el salón y nos ofreció un té y algo de comer. Teníamos prisa: no contábamos más que con unas pocas horas y queríamos escuchar la historia de Abed. 'Mamá, tenemos que irnos. Ellos vendrán otro día y podremos tomar té todos juntos'.

En los ojos de Abed se veía el cariño y el respeto que sentía por su madre. Mentiría si dijera que los ojos de su madre no mostraban los mismos sentimientos... sólo que a los de ella se asomaba también la preocupación. Sonrió y contestó con un 'Inshaallah' a la idea de volver a encontrarnos. 'Esta es vuestra casa, sois bienvenidos cuando queráis'.

El tiempo que pasamos con Abed estuvimos hablando de política y de la vida que le espera a cualquier chico de nuestra edad -año arriba, año abajo- en una ciudad como Nablus.

Tenemos que luchar por nuestros derechos, si no lo hacemos nosotros ¿quién lo hará? Nací durante la primera intifada; la segunda me pilló en la escuela. Soy joven, somos jóvenes: ahora es nuestro turno; ¿quién va a defender a la gente mayor, a los niños? Otros ya han luchado por nosotros: ahora somos nosotros los que tenemos que hacer algo.

Me quedé mirándole: me dio tanta pena. Era como mirar su cara y ver el futuro, ¿cuánto más aguantaría vivo?.

Estoy lejos de alabanzas a los mártires, de paraísos reales o imaginarios y de cubrir la realidad con un velo de heroísmo para no ver, porque duele demasiado, la herida que deja una muerte; estoy lejos de rellenar con palabras de consuelo sobre el más allá el hueco que el ya muerto ha dejado en este mundo, en nuestras vidas. No quiero discursos, ni despliegue de banderas, ni carteles con su foto en los muros de la ciudad.

Y sin embargo, lo entiendo, lo entiendo todo. Y si yo estuviera allí, también hablaría de mártires y de héroes, y pegaría su foto en los muros de la ciudad para que nadie olvidase, y desplegaría con rabia y orgullo la bandera por la que él murió; la plantaría delante de la cara de los israelíes para que estén bien seguros de que nunca, jamás, vamos a dejar de resistir.

Pero yo estoy aquí. Y veo las cosas de forma diferente. Y por eso no hablo de hazañas, ni despliego trozos de tela, ni pego fotos en ningún lado. Y me quedo en casa, pensando no en el héroe, sino en la persona; en la vida que le tocó vivir, porque no todo se elige; en el llanto de su madre durante el entierro; en todo y en todos los que dejó atrás.

Cuando volví a Nablus, después de unos días, lo busqué por las calles. Las posibilidades de encontrarle en la Ciudad Vieja no eran demasiado altas: es un lugar que siempre, excepto de noche, está abarrotado; pero aún así me fijaba en la cara de la gente mientras me hacía paso entre los puestos de especias, café y hortalizas.

Como era de esperar, no hubo suerte, así que dejé nuestra cita para el verano siguiente, como habíamos acordado al despedirnos unos días antes, 'si no me matan antes'.

Volveré a pasear por la Ciudad Vieja, pero esta vez, en vez de estar a mi lado, Abed me estará mirando desde la pared.



Cuando los mártires se van a dormir, me despierto para protegerlos de los
aficionados a las elegías.

Les deseo: "Buena patria de nubes y árboles, de espejismos y agua".

Les felicito por haberse salvado en el accidente de lo imposible y en la
plusvalía de la matanza.

Robo tiempo para que ellos me roben del tiempo. ¿Somos todos mártires?

Susurro: "Amigos, dejad una pared para las cuerdas de la ropa, dejad una
noche para las canciones".

Colgaré vuestros nombres donde queráis, pero dormid un poco, dormid en
la escalera de la viña ácida
que yo protegeré vuestros sueños de los puñales de vuestros guardianes y
de la revolución del Libro contra los profetas.

Sed el himno del que no tiene himno cuando vayáis a dormir esta noche.

Os digo: "Buena patria montada sobre un caballo al galope"
y susurro: "Amigos, no seréis, como nosotros, cuerda de una oscura horca".

Cuando los mártires se van a dormir, Mahmud Darwish