viernes, 22 de diciembre de 2006

¡ Felices Fiestas ! Con mis mejores deseos...

Navidad, Navidad, dulce Navidad

Llega la Navidad y el Belén ya lleva puesto en mi casa más de dos semanas. Me fui de puente más que nada para tener un poco de paz (o al menos ver la forma de poder conseguirla) y en plena sierra, con temperaturas rondando los cero grados, recibí la llamada de mi hermana: ‘Carmen, Carmen, ¡ya hemos puesto el Belén!’. Sonreí. Recuerdo perfectamente cuando era pequeña y me hacía la misma ilusión. Aquello era toda una tradición familiar, supongo que como en la mayoría de hogares españoles: la abuela, la madre y las hijas colocando figuritas, espumillón y dulces por doquier. Todo en la intimidad de la casa, con el calor de la calefacción arropándonos, y las sonrisas en las caras por las fechas que venían. Cantaríamos villancicos, tocaríamos la pandereta y comeríamos todos juntos, en familia, para celebrar el nacimiento de un niño que nació mucho, mucho, mucho tiempo atrás. Siempre me quedaba mirando el portal, intentando imaginar cómo habría sucedido todo; pero para mí, el Belén en sí mismo era tan antiguo como el nacimiento de Cristo y por eso, supongo, nunca se me ocurrió pensar que la ciudad todavía existiese en nuestros días. Veamos, Belén: una ciudad allá por Oriente… Oriente: Reyes Magos… Reyes Magos: regalos al niño Jesús. Como veis, todo encajaba a la perfección en mi pequeña mente infantil. Incluso ya de mayor tampoco le daba más importancia hasta que un día, no hace tanto, me encontré con una postal navideña en la que Sus Majestades no podían avanzar por culpa del muro. El muro, ¿qué muro? El de defensa para los israelíes, el de la vergüenza (debería) para la Comunidad Internacional, y el de la ocupación, ahogo y humillación para los miles de palestinos que sobreviven a duras penas gracias a su existencia. No me quito de la cabeza el famoso villancico ‘Noche de paz, noche de amor…’. Amor hay, seguro, pero la paz sigue secuestrada en algún lugar. Quizá el problema sea que le ocurre lo mismo que a aquellos Reyes Magos de la postal y no puede escalar el muro para entrar a los territorios palestinos; o que no le dejen pasar a través del inmenso checkpoint; o que los soldados israelíes le den demasiado miedo. Estos días, en Belén, se celebra el nacimiento de Jesús, pero también que los que están allí (algunos, no todos) tienen la suerte de seguir vivos. Y nosotros deberíamos, del mismo modo, celebrarlo con ellos. Cuando coloques una figurita, acuérdate de que esos pastorcillos de ayer son los palestinos de hoy, viviendo bajo la ocupación.
Al fin y al cabo, ¿la Navidad no es también pensar en los demás?

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Jamil

Se pasó dos días enteros diciéndome ‘Kiss me, Carmen, kiss me’. Creo que le divertía la cara que ponía mientras le decía ‘la, la, laaaa, don´t say that!’ (No, no, noooo, ¡no digas eso!). Me miraba y se reía. ‘No te enfades’, solía decir, ‘es broma, es broma’. Yo me reía también con él y le decía que estaba loco.

Hacía un calor terrible y seguíamos pintando el mural en la pared. Él daba vueltas, preguntaba si podía ayudar y, de vez en cuando, se llevaba mis gafas de sol. Puede parecer una tontería, pero es realmente complicado pintar sobre una pared completamente blanca a la una del mediodía bajo un sol de justicia: terminas medio ciego.

Terminé por dejar el pincel y la palabra Salam a medio colorear y me senté un rato a la sombra. Al poco volvió él, con mis gafas puestas, y se sentó a mi lado. “¿Estoy guapo? ¿Cómo me quedan? Sura, sura”.

Le hice la foto o, mejor dicho, nos hicieron la foto; con y sin gafas de sol, sentados, de pie, riendo… le encantaba posar.

Terminó el campo de trabajo y desde el día en que nos despedimos, no volví a saber nada de él… hasta hace unos días.

Hay una carretera que baja desde el asentamiento israelí convertido en base militar hasta el campo de refugiados de Askar. Los soldados se pasean a menudo por allí con sus jeeps, demostrando quién manda. Dan vueltas, hacen gala de su prepotencia y esperan a que aparezcan los críos.

Jamil esta vez estaba allí con unos amigos. Comenzaron a tirar piedras contra los vehículos que se paseaban a sus anchas, haciendo caso omiso de las resoluciones de la ONU, por el único pedazo de tierra que los refugiados palestinos pueden considerar como su casa después de haber sido expulsados en 1948 de su verdadero hogar.

Los soldados israelíes, bien protegidos con sus equipos y siempre dentro de sus jeeps, dispararon para defenderse… Y, como suele suceder, una de las balas de defensa fue directa a la cabeza de alguien: esta vez de mi joven amigo.

El cuerpo, demasiado pesado para que sus compañeros, más menudos que él, pudieran llevarlo en volandas, fue medio arrastrado hasta el campo de Askar.

De poco sirvió.

Lo único que me sale decir es ‘Soura, soura!’ (foto, foto!)

¿Dónde están las cámaras del mundo cuando se asesina a un niño palestino?