Todo el mundo piensa que los palestinos se levantan ya con el arma en la mano desde por la mañana. Mis compañeros en cambio, doy fe de ello, se levantaban con el bote del gel.
Iban apareciendo poco a poco, saliendo de las tiendas de campaña en que dormían y diciendo 'Sabah el jeir' o 'Good morning' según les saliese. Deambulaban hacia el baño con los ojos aún medio cerrados y tan sólo diez minutos después salían totalmente despiertos, con la cara lavada y el pelo engominado.
La primera vez que vi aquel gel me pareció una pasta asquerosa, ¡era negro! ¿Dónde se había visto antes un gel negro? A mí me recordaba a los calamares en su tinta...
'¿Y esto te lo pones en el pelo?', le pregunté a un compañero mientras hacía muecas extrañas. 'Claro, ¡pero si es buenísimo!', me contestó con una gran sonrisa de esa que ponemos a veces cuando nos hace gracia algo por lo obvio que es.
'Mira', continuó, 'sólo tienes que poner un poquito: así, ¿ves? Es muy fuerte, así que sólo hay que poner un poco. Lo repartes en la mano, mojándolo, y luego lo extiendes por el pelo. Le das la forma que quieras ¡y listo!, ¿entiendes?'.
Claro que lo entendía, pero debió de confundir mi cara de sorpresa por la explicación relámpago con una ignorancia total por mi parte hacia el maravilloso mundo de los geles fijadores y su modo de utilización.
Era la primera vez que un chico me daba consejos sobre cómo peinarme.
Fue mi primera lección.
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Hace 2 meses