Salimos con más de media hora de retraso de Barajas. Pasé de estar nerviosa por temor a perder el vuelo de conexión Zurich-Israel a rezar en el avión para que llegara tarde y me tuvieran que meter en un hotel hasta que saliese el siguiente. ¿A quién le apetece llegar a Tel Aviv a las cuatro de la mañana?.
No hubo suerte: me tocó correr, eso sí, pero al final pillé bien la conexión y antes de las cuatro ya estaba plantada en la tierra prometida.
El viaje fue tranquilo y esta vez la escala no llevó más de una hora, gracias a Dios. En Abril no tuve más remedio que esperar tres horas y media en el aeropuerto de Milán, con anuncios de turismo sobre Rumanía como único consuelo a mi total aburrrimiento.
Cuando llegamos a Zurich todo estaba lleno de rizos largos colgando de cabezas cubiertas por sombreros negros. Sólo vi un par de mujeres árabes, con pañuelo, a las que estaban registrando tras unas cortinas.
Me sentí rara, tan rara como las otras veces que he ido. No es miedo: es una sensación extraña, incómoda; es como sentirse una minoría, un puntito en medio de algo a lo que no perteneces. No sé si era la única no judía en aquel avión pero, de no ser así, faltaba bien poco.
Llegamos a Tel Aviv; no recuerdo si esta vez aplaudieron al tomar tierra: yo estaba muy ocupada comprobando si llevaba el pasaporte y pensando si me llevaba o no la manta del avión, porque fuera tenía pinta de hacer fresco y a mí me tocaba aún esperar unas cuantas horas en el aeropuerto antes de tomar el taxi a Jerusalén.
El viaje fue tranquilo y esta vez la escala no llevó más de una hora, gracias a Dios. En Abril no tuve más remedio que esperar tres horas y media en el aeropuerto de Milán, con anuncios de turismo sobre Rumanía como único consuelo a mi total aburrrimiento.
Cuando llegamos a Zurich todo estaba lleno de rizos largos colgando de cabezas cubiertas por sombreros negros. Sólo vi un par de mujeres árabes, con pañuelo, a las que estaban registrando tras unas cortinas.
Me sentí rara, tan rara como las otras veces que he ido. No es miedo: es una sensación extraña, incómoda; es como sentirse una minoría, un puntito en medio de algo a lo que no perteneces. No sé si era la única no judía en aquel avión pero, de no ser así, faltaba bien poco.
Llegamos a Tel Aviv; no recuerdo si esta vez aplaudieron al tomar tierra: yo estaba muy ocupada comprobando si llevaba el pasaporte y pensando si me llevaba o no la manta del avión, porque fuera tenía pinta de hacer fresco y a mí me tocaba aún esperar unas cuantas horas en el aeropuerto antes de tomar el taxi a Jerusalén.
Al final me dio vergüenza y la dejé: prefería pasar frío antes de que una de las señoritas azafatas me pusiese la cara colorada reclamándome la manta en cuestión.
Bajamos del avión y volví a recorrer la rampa que lleva a los puestos de control de pasaporte.
El anuncio de la compañía de móviles seguía estando allí, imperecedero, al otro lado de la cristalera.
La espera fue un tanto tensa: nunca sabes si te van a dejar pasar. Era la tercera vez que iba, ¿cómo se lo iba a explicar cuando me preguntaran por qué iba con tanta frecuencia? Ya lo habían hecho antes. Genial. Otra mentira más que contar.
Para mi sorpresa, la chica no se preocupó demasiado de mirar los sellos de entrada y salida anteriores.
¿Cuál es el propósito de tu visita a Israel?, ¿En qué trabajas?, ¿Conoces a alguien en Israel?
Turismo, Educadora infantil, Unas amigas me esperan en Jerusalén.
Fue fácil. Llegar a las cuatro de la mañana tiene sus ventajas: creo que la chica que me atendió estaba más dormida que yo.
Al recoger el pasaporte vi que me había metido un papelito dentro. Por supuesto, ni idea de lo que decía. La primera , y hasta entonces, única vez que lo habían hecho fue en el verano del 2006, cuando iba a Nablus, y me retuvieron en el último control, bombardeándome a preguntas entre dos durante diez minutos.
Respiré y seguí adelante queriendo aparentar la mayor normalidad del mundo.
Miraron el pasaporte, cogieron el papel y... nada.
¿Paranoias mías? No lo sé. El caso es que esta vez tuve la suerte de escaparme de las odiosas preguntas a dos bandas.
Otros compañeros míos, lo supe después, pasaron gran parte del día siendo interrogados en el aeropuerto. Ellos dijeron que iban a Ramallah y se quedaron tan tranquilos. Por supuesto, a los de seguridad del aeropuerto no les pareció tan normal. También hubo quien empezó mintiendo y terminó confesando y hasta dando mi número de teléfono como excusa. Pero, ¿qué puedo decir? Después de 12 horas de interrogatorio ¿no es normal terminar diciendo la verdad?.
Bajamos del avión y volví a recorrer la rampa que lleva a los puestos de control de pasaporte.
El anuncio de la compañía de móviles seguía estando allí, imperecedero, al otro lado de la cristalera.
La espera fue un tanto tensa: nunca sabes si te van a dejar pasar. Era la tercera vez que iba, ¿cómo se lo iba a explicar cuando me preguntaran por qué iba con tanta frecuencia? Ya lo habían hecho antes. Genial. Otra mentira más que contar.
Para mi sorpresa, la chica no se preocupó demasiado de mirar los sellos de entrada y salida anteriores.
¿Cuál es el propósito de tu visita a Israel?, ¿En qué trabajas?, ¿Conoces a alguien en Israel?
Turismo, Educadora infantil, Unas amigas me esperan en Jerusalén.
Fue fácil. Llegar a las cuatro de la mañana tiene sus ventajas: creo que la chica que me atendió estaba más dormida que yo.
Al recoger el pasaporte vi que me había metido un papelito dentro. Por supuesto, ni idea de lo que decía. La primera , y hasta entonces, única vez que lo habían hecho fue en el verano del 2006, cuando iba a Nablus, y me retuvieron en el último control, bombardeándome a preguntas entre dos durante diez minutos.
Respiré y seguí adelante queriendo aparentar la mayor normalidad del mundo.
Miraron el pasaporte, cogieron el papel y... nada.
¿Paranoias mías? No lo sé. El caso es que esta vez tuve la suerte de escaparme de las odiosas preguntas a dos bandas.
Otros compañeros míos, lo supe después, pasaron gran parte del día siendo interrogados en el aeropuerto. Ellos dijeron que iban a Ramallah y se quedaron tan tranquilos. Por supuesto, a los de seguridad del aeropuerto no les pareció tan normal. También hubo quien empezó mintiendo y terminó confesando y hasta dando mi número de teléfono como excusa. Pero, ¿qué puedo decir? Después de 12 horas de interrogatorio ¿no es normal terminar diciendo la verdad?.
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