martes, 22 de junio de 2010


Todavía recuerdo -ahora con cierta gracia- cómo mi bote de champú, el de gel y la crema hidratante iban y venían dentro y fuera de la máquina de rayos X que una señorita vestida de uniforme manejaba de forma rutinaria en alguna parte del aeropuerto de Ben Gurión.

¿A qué viene tanto revuelo por un poco de aseo personal? ¡Por Dios! Esto ya son ganas de tocar las narices (je, como si lo de antes no lo hubiera sido... pero en fin).

Cuando llegué a España y me puse de nuevo en contacto con el mundo a través de esa cosa que llamamos televisión y que cuenta más mentiras que verdades (recordemos, señores, que una verdad a medias no puede ser considerada verdad), me topé con algo que me dejó estupefacta: ¡cuidadito con los líquidos en los aviones que te pueden hacer saltar por los aires!.

¿Perdón? ¿que qué, dice usted? Pues eso: que por lo visto había por ahí pululando una banda de desalmados que tenían en su poder cierto líquido -no recuerdo ahora el nombre- que se podía pasar fácilmente al avión entre los enseres personales, no llamaba la atención, y explosionaba a poco que lo provocaras.

Pues estamos bien.

Leyendo hoy la lista de productos cuya entrada está prohibida/ permitida en Gaza, me ha venido a la mente aquella madrugada de un mes de agosto de 2006.

Irónico, como poco, que en la lista el champú y el acondicionador del pelo estén permitidos (sin más?) y la carne fresca o la margarina industrial no.

Margarina industrial!

Me voy a la cama que se ve que a estas horas el cerebro me falla y yo ya no entiendo nada.

Fuente: GISHA


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