martes, 14 de noviembre de 2006

La fábrica de jabón



Es curioso cómo, a veces, las mayores estupideces terminan por tener más sentido de lo que pensábamos.

Hace unos días andaba yo revoloteando por los últimos capítulos del libro Sharon and my mother-in-law cuando me encontré de repente de vuelta en el año 2002, viendo cómo el ejército israelí invadía la ciudad y, entre otras proezas, reducía a escombros la fábrica de jabón.

Justo en ese momento recordé mi último día en Nablus: íbamos corriendo Fawaz (que, por cierto, sigue sin casa), Elsa, Loes y yo por medio de la zona vieja de la ciudad, ultimando las compras para la familia y los amigos. Antes de despedirnos fuimos a ver aquella fábrica. El suelo resbaladizo, las torres altas hechas con las pastillas, el hombre que, arrodillado en el suelo, envolvía a la velocidad de la luz los jabones en papel y los dejaba listos para vender... y también el encargado, que nos mostraba con una sonrisa en la cara un modelo de jabón que hacían con dibujitos, especial para los niños. ‘Tomad: llevaos una, de recuerdo’.

Continué leyendo el capítulo y tuve la terrible sensación de que lo que en realidad estaban haciendo los israelíes era robar nuestros recuerdos. Es como si no quisieran dejar en pie nada a lo que nosotros pudiéramos aferrarnos. Luego me dije ‘Carmen, esos recuerdos están dentro de cada uno de nosotros y los compartimos aun en la distancia, así que deja de decir estupideces: nunca podrán arrebatárnoslos’.

Pero me sentía tan inquieta que decidí contárselo a alguien, y quién mejor que un palestino para hablar sobre tan loco pensamiento. ¿Sabéis lo que me respondió? ‘Ha sido curioso leer tu email: eso es precisamente lo que han hecho y aún siguen haciendo’. Así que ya veis...

Algo que aprendí este verano fue que cuando estás en Palestina, si tienes la oportunidad, debes hacer fotos a todo lo que ves, por si la próxima vez que vuelvas las cosas ya no están donde solían.

Restos de la fábrica de jabón.
Old city. Nablus.

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