Es curioso cómo, a veces, las mayores estupideces terminan por tener más sentido de lo que pensábamos.
Hace unos días andaba yo revoloteando por los últimos capítulos del libro Sharon and my mother-in-law cuando me encontré de repente de vuelta en el año 2002, viendo cómo el ejército israelí invadía la ciudad y, entre otras proezas, reducía a escombros la fábrica de jabón.
Justo en ese momento recordé mi último día en Nablus: íbamos corriendo Fawaz (que, por cierto, sigue sin casa), Elsa, Loes y yo por medio de la zona vieja de la ciudad, ultimando las compras para la familia y los amigos. Antes de despedirnos fuimos a ver aquella fábrica. El suelo resbaladizo, las torres altas hechas con las pastillas, el hombre que, arrodillado en el suelo, envolvía a la velocidad de la luz los jabones en papel y los dejaba listos para vender... y también el encargado, que nos mostraba con una sonrisa en la cara un modelo de jabón que hacían con dibujitos, especial para los niños. ‘Tomad: llevaos una, de recuerdo’.
Continué leyendo el capítulo y tuve la terrible sensación de que lo que en realidad estaban haciendo los israelíes era robar nuestros recuerdos. Es como si no quisieran dejar en pie nada a lo que nosotros pudiéramos aferrarnos. Luego me dije ‘Carmen, esos recuerdos están dentro de cada uno de nosotros y los compartimos aun en la distancia, así que deja de decir estupideces: nunca podrán arrebatárnoslos’.
Pero me sentía tan inquieta que decidí contárselo a alguien, y quién mejor que un palestino para hablar sobre tan loco pensamiento. ¿Sabéis lo que me respondió? ‘Ha sido curioso leer tu email: eso es precisamente lo que han hecho y aún siguen haciendo’. Así que ya veis...
Algo que aprendí este verano fue que cuando estás en Palestina, si tienes la oportunidad, debes hacer fotos a todo lo que ves, por si la próxima vez que vuelvas las cosas ya no están donde solían.
Hace unos días andaba yo revoloteando por los últimos capítulos del libro Sharon and my mother-in-law cuando me encontré de repente de vuelta en el año 2002, viendo cómo el ejército israelí invadía la ciudad y, entre otras proezas, reducía a escombros la fábrica de jabón.
Justo en ese momento recordé mi último día en Nablus: íbamos corriendo Fawaz (que, por cierto, sigue sin casa), Elsa, Loes y yo por medio de la zona vieja de la ciudad, ultimando las compras para la familia y los amigos. Antes de despedirnos fuimos a ver aquella fábrica. El suelo resbaladizo, las torres altas hechas con las pastillas, el hombre que, arrodillado en el suelo, envolvía a la velocidad de la luz los jabones en papel y los dejaba listos para vender... y también el encargado, que nos mostraba con una sonrisa en la cara un modelo de jabón que hacían con dibujitos, especial para los niños. ‘Tomad: llevaos una, de recuerdo’.
Continué leyendo el capítulo y tuve la terrible sensación de que lo que en realidad estaban haciendo los israelíes era robar nuestros recuerdos. Es como si no quisieran dejar en pie nada a lo que nosotros pudiéramos aferrarnos. Luego me dije ‘Carmen, esos recuerdos están dentro de cada uno de nosotros y los compartimos aun en la distancia, así que deja de decir estupideces: nunca podrán arrebatárnoslos’.
Pero me sentía tan inquieta que decidí contárselo a alguien, y quién mejor que un palestino para hablar sobre tan loco pensamiento. ¿Sabéis lo que me respondió? ‘Ha sido curioso leer tu email: eso es precisamente lo que han hecho y aún siguen haciendo’. Así que ya veis...
Algo que aprendí este verano fue que cuando estás en Palestina, si tienes la oportunidad, debes hacer fotos a todo lo que ves, por si la próxima vez que vuelvas las cosas ya no están donde solían.
Restos de la fábrica de jabón.
Old city. Nablus.
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