Pasear por las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalén me produce un placer inmenso, aunque siempre me termine perdiendo.
Cuando llegué por primera vez, no eran más de las 6 ó 6.30 de la mañana y estaba totalmente perdida buscando el Hostal Hebrón después de que el taxista, empeñado en que él sólo hablaba hebreo, me dejase justo en la puerta opuesta a la de Damasco, por la que yo debía haber entrado.
Al principio casi no había gente por las calles. Luego fueron apareciendo, poco a poco, uno aquí, otro allá, unos chicos jóvenes, judíos, vestidos al modo ortodoxo y caminando deprisa.
Probé a preguntar a varios, pero tuvieron que pasar tres o cuatro hasta que de pronto uno se paró a escucharme. Parecía tímido. '¿En qué puedo ayudarte?', 'Busco el hostal Hebrón', le respondí. Me miró y me dijo que no me podía ayudar mientras se iba, acelerando el paso.
Seguí dando vueltas con la mochila a los hombros y la esterilla amenazando con salirse de su sitio de un momento a otro.
'Carmen, sólo se te ocurre a ti venirte sola a Jerusalén', me dije, pero también pensé que en algún lugar dentro de aquellas murallas tenía que estar el Hebrón... y no me pensaba ir sin encontrarlo.
Desistí, después de otros dos fracasos, de preguntar a esos chicos jóvenes, vestidos de negro, que cada vez eran más numerosos.
Por fin encontré a una mujer joven, sería de mi edad; tenía la cara risueña. Tuve suerte de que hablara inglés y me quisiera ayudar. Para hacer honor a la verdad, fue tan amable que no sólo me señaló el camino, sino que también me acompañó parte de él. Después de las típicas preguntas de ¿Eres judía? y ¿Hablas hebreo?, que es lo primero que te pregunta un judío israelí cuando estás allí, me comentó que hacía tan sólo unos meses que se había mudado a Israel. Ella seguía tan sonriente y amable como al principio, pero yo noté una sensación extraña. ¿Cómo podía irse a vivir alguien a un país a costa del sufrimiento de un pueblo? Fue mi primer contraste.
Después de despedirnos, subo la escalera que me indica y paso por debajo de unos tejados. Vale. Ahora a la derecha, todo recto y... ups! me he vuelto a perder.
Llevo más de media hora dando vueltas y las tiendas ya empiezan a abrir. Los tenderos me miran y me ofrecen pasar para ver la mercancía. No paro de decir 'No, gracias', al tiempo que sonrío.
En la siguiente calle me acerco a una tiendecilla pequeña, llena de crucifijos y figuras del Domo de la Roca para poner sobre la estantería, y le pregunto al hombre que está sentado en la puerta, fumando, cómo puedo llegar al hostal Hebrón.
Llegamos a entendernos con una mezcla de inglés y árabe y después de darles las gracias y él desearme suerte, sigo mi camino.
'Carmen, ahora ya no te puedes perder'.
De repente, el aire huele a hierbabuena. Miro a las paredes: palabras en árabe. Escucho las voces que me llegan de no muy lejos y me suenan familiares. ¡¡He llegado al barrio musulmán!!
Por fin mi cuerpo se relaja, la sonrisa se me instala permanente en la cara y, por primera vez, soy totalmente consciente del lugar en el que estoy.
¡¡Me siento como en casa!!
Russia warns Israel against fighting Iran
Hace 2 meses
2 comentarios:
Carmen, en la votación esa en la que está la Alhambra de Granada ¿no está también incluido el casco antiguo de Jerusalén como maravilla del mundo? Yo desde luego daría mi voto incondicional.
Si no está, debería.
¡Siempre podemos hacer una votación alternativa!
Ya somos dos votos incondicionales,
¿Alguien más se apunta? :D
Adoro esas calles, los olores, los niños arriba y abajo de camino al colegio, el pan recién hecho... y el adhan al atardecer.
Qué preciosidad de tierra.
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