viernes, 2 de noviembre de 2007

Una maqueta a escala

Sí, eso es Hebrón: una maqueta a escala de la ocupación Israelí sobre Palestina.

Fadi, Valentina, Antonio y yo nos escapamos a Hebrón en nuestro primer día libre. Antonio tenía muchas ganas de ir y mi otra opción era Nablus o Jerusalén, lugares en los que ya había estado, así que la elección fue fácil.

Después de esperar más de una hora a que nuestro amigo se preparara, cogimos un taxi desde la entrada de la universidad hacia Ramallah.

Nos bajamos no muy lejos de la plaza Al-Manara, tristemente famosa tras la incursión israelí en la ciudad hace unos años, y tomamos otro taxi hasta Hebrón.

Después de hora y media y un par de checkpoints, llegamos a nuestro destino.

La ciudad estaba llena de gente y por todas partes salían niños diciéndonos '¡Shalom, shalom!'. Al principio no caímos en la cuenta hasta que una niñita pelirroja insistió más que el resto de los críos que nos habíamos cruzado hasta entonces: se mantenía haciendo círculos a nuestro alrededor, con una gran sonrisa en la cara y mirándonos expectante. Valentina se dio la vuelta y con cara de extrañada me preguntó: '¿Qué ha dicho?' Yo, que estaba igual de extrañada que ella, contesté 'Creo que Shalom'. Nos dimos la vuelta ambas hacia la niña y contestamos con un Salam.

La cría hablaba árabe con sus amigos, así que judía no era pero, nos dimos cuenta más tarde, cualquier mujer que no llevara pañuelo era, a los ojos de los niños, judía.

Abriéndonos paso por el mercado como buenamente podíamos, íbamos avanzando hacia la mezquita de Ibrahim (Abraham). Aquello estaba tan lleno de gente que no se podía ni caminar y nosotros, tan cuidadosos de no pisar a nadie, siempre terminábamos importunando a alguna buena mujer que intentaba hacer la compra entre tantos codos y pies revueltos.

Los niños corrían con carros arriba y abajo de la calle, transportando la mercancía que los hombres de los puestos les mandaban traer y llevar.

Poco a poco el tumulto se fue diluyendo hasta que pudimos andar más o menos tranquilamente. Fadi se reía al ver nuestras caras y nosotros nos mirábamos unos a otros pensando '¡Qué aventura!'.

Llegó un momento en el que prácticamente no había nadie por la calle. Antonio ya me lo había avisado: la gente desaparece según te acercas a la zona judía.

Para mí, esta era la primera vez que estaba en Hebrón, pero iba confiada porque Antonio ya me había puesto al tanto. Gran error: pensar que algo no te va a afectar simplemente porque ya has oído hablar de ello anteriormente es una falacia.

Me quedé parada en medio de la calle, mirando al soldado israelí que nos apuntaba desde la azotea de la antigua escuela árabe convertida en la nueva escuela judía. Yo no le vi cara de muchos amigos y un nerviosismo extraño me subió desde el estómago. Vale, éramos internacionales, no habíamos hecho nada para llamar su atención, así que no tenía por qué ocurrir nada, pero ¿quién se acostumbra a que lo apunten con un arma?.

Me metí debajo de los soportales, medio escondiéndome detrás de Fadi. Él seguía riéndose: debíamos de parecer la cosa más graciosa del mundo, con nuestras caras descompuestas -a medias por los nervios, a medias por la mala leche que nos iba invadiendo- allí puestos, frente a la escuela, con ese tío apuntándonos descaradamente.

Casi no había gente a nuestro alrededor: el blanco era fácil.

De repente todo lo ilógico de la situación volvió a mí de golpe.

Los colonos israelíes que están allí ilegalmente campan a sus anchas protegidos por los soldados, por supuesto también israelíes, mientras que los que por ley tienen derecho a vivir allí no tienen más remedio que respirar entre M16 apuntándoles día y noche desde las azoteas, puestos de control siempre que quieren desplazarse y basura, que los colonos arrojan desde las casas que han ocupado, pendiendo sobre sus cabezas cuando caminan por las calles.

¿No está el mundo un poco al revés?


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