sábado, 18 de abril de 2009

Casualidades


Me encantó la foto del graffiti.

Este verano, después de andar y andar y andar por Belén, terminamos poco antes del atardecer yendo de vuelta a Jerusalén, de nuevo a pie.

En el camino nos encontramos con un palestino al que preguntamos cómo llegar al puesto de control para dejar atrás la ciudad y nos indicó el camino en un perfecto castellano. Ante nuestras caras de sorpresa, tuvo a bien explicarnos que había estado años viviendo en Sudamérica, pero que volvió a Palestina cuando las cosas tenían pinta de que se iban a solucionar, antes de la segunda Intifada. La ilusión de un trabajo estable se evaporó junto con los acuerdos de paz y ahora se encontraba haciendo un curso oficial de guía turístico. Algo es algo.

En la plaza de los mini-buses nos separamos; le dimos las gracias, le deseamos buena suerte, nos deseó una feliz y segura estancia en Jerusalén, y nosotras seguimos nuestra ruta hacia el checkpoint.

No demasiado lejos, vimos el graffiti. El sol se estaba poniendo y por aquella calle, en aquel momento, sólo había unos niños con unas bicicletas y nosotras.

A los dos minutos, un coche nos estaba tocando el claxon.

- Ahlan wa sahlan, ¿adónde vais? ¿os llevo a algún lado?.

Nos paramos en la acera - ¿Perdón?.

- Subid, os llevo.

- No, no, gracias, preferimos ir andando- A mí de pequeña siempre me dijeron eso de "no te montes con desconocidos". Aún así, la cara me resultaba familiar. "Bah- pensé- seguro que me estoy confundiendo".

El hombre insistió: ¿no te acuerdas de mí? ¡has estado en mi tienda! te atendió mi mujer...

En ese momento caí, ¡claro que le había visto antes!.

Miré a Sonia. El hombre nos aclaró que no pretendía cobrarnos, que nos acercaba sólo por amabilidad "Habéis venido a Palestina... lo menos que puedo hacer a cambio es acercaros a donde vayáis!".

Así que subimos y entonces empezó la marcha por la callejuela que ha quedado sofocada entre los edificios de casas y el muro. Pensé en qué ocurriría si apareciera por allí un coche en sentido contrario: aquello es tan estrecho que sólo cabe un vehículo. En algunas ventanas había ropa tendida y si hubieran puesto unas pocas cuerdas más, habrían llegado sin problemas a tocar los bloques de cemento. Me invadió la tristeza: tener que vivir así.

En los pocos minutos que duró el recorrido, serpenteamos arriba y abajo. A nuestro paso aparecían pintadas y dibujos sobre el muro, en un intento, se diría, de hacerlo un poco más humano. Siempre será más agradable levantarse por la mañana y ver un coro de niños cantando sobre un fondo gris que, directamente, el gris del cemento desnudo.

Mantuvimos una pequeña conversación con los taxistas amigos del hombre que nos acercó y nos perdimos en el enorme checkpoint.

Atrás quedó el graffiti de la niña cacheando al soldado, muy cerca de la tumba de Raquel... Hasta esta noche, cuando lo vi de nuevo en facebook, colgado por alguien que aparecía en mi lista de amigos. Pero, como decía Mecano, "los amigos de mis amigos, son mis amigos" y eso hace que uno se relacione bastante pero tiene el inconveniente de que no siempre se sabe ubicar a la persona con precisión en esa interminable red social que es la web.

Luego caí.

- Enta min Nablus, sa7?



- Yes, min almo5yam 3askar aljadid

Vale, eso aclaraba todo. Era del campo de refugiados de Nuevo Askar, en Nablus, donde estuve trabajando con los niños la primera vez que fui. El chico en cuestión era amigo de un amigo.

Pero ¿cómo sabía él que yo había estado en el campo? ¿Acaso nos habíamos cruzado en alguna ocasión y yo no lo recordaba?

- Ah, es que te vi en las fotos con mi primo

Con su primo. Alguien se me vino a la cabeza enseguida, pero rápidamente lo aparté. Hoy ha sido un día particularmente tenso, no quería más emociones.

Pregunté, cautelosa, de quién se trataba. Con tantas familias en el campo, sería demasiada casualidad.

- Jamil.

Las casualidades existen, está claro.

Jamil.

Después de llegar a España, mandé las fotos por email para que las tuvieran en el centro cultural del campo de refugiados y en An-Najah, la universidad con la que hacíamos el campo de trabajo.

A los pocos meses, Jihan nos escribía diciendo que Jamil, con sus quince años, había muerto por un tiro en la cabeza a manos de soldados israelíes.

En la foto de esta noche, el primo de Jamil aparece cogiendo por el cuello al soldado pintado en la pared... Yo no estoy muy segura de que yo misma hubiera adoptado una posición mucho más amigable de haber estado en su lugar.



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