- ¡Venga abuela!
- Que no, que ya te he dicho que no.
- ¡Pero si no pasa nada! ¿No me ves? Estoy aquí, de una pieza, ¡y he ido más de una vez!
Mi abuela siempre termina rindiéndose a los mimitos y a los "vengaaaaaa, abuuuuu", pero parece que en este tema no piensa dar su brazo a torcer.
Yo seguía erre que erre, con mi retahíla de razonamientos, mientras engullíamos el filete en el restaurante del hospital y unas patatas fritas más bien frías.
- No está malo, pero si estuviera un poquito más tierno... ¿Qué tal tus exámenes?
Me quedé mirándola, ¡esta abuela mía! ¡vaya forma más poco sutil de cambiar de tema!
- Ya te he dicho que iré cuando no me importe morir. - Y acto seguido puso cara de resignación; ese tipo de cara que se pone cuando sabes que el mundo va del revés y no puedes hacer mucho al respecto.
Sentí que la conversación se aproximaba a su fin; tampoco era cuestión de pasarme una hora dándole la barrila. Respondí a su cara con una cara similiar... sólo que la mía no era por el mundo al revés, sino porque sabía que, para ciertas cosas, cuando mi abuela dice que no, es que no.
Me quedé pensando en Jerusalén, en lo mucho que le gustaría; en el Santo Sepulcro y la Iglesia de Todas las Naciones; en la Vía Dolorosa, el Monte de los Olivos y las murallas de la ciudad. Y seguí pelando mi manzana.
- Además... - titubeó, como quien intenta reunir fuerzas para confesar algo que nunca había dicho antes en voz alta- tú siempre estás con que no pasa nada, pero mira si mataron a tu amigo.
Me sorprendió de que se acordara de aquello.
- Abuela, no es lo mismo... tú no vas a ir con un arma por la calle, ¿a que no?. - Y me encontré a mí misma dando esa explicación que siempre he odiado y que parece que todo lo soluciona: "es triste, pero era algo que podía pasar, y todos lo sabíamos".
Aparté de mi mente a aquel chico y las ideas que me cruzaban la cabeza sobre la resistencia, el ejército y la forma que tenemos de ver las cosas.
- Ya, ¿y el niño? ¿El niño también llevaba un arma?
Bajé la cabeza. - No, el niño no.
Aquello había sido un golpe bajo. Estaba claro que no iba a haber forma humana de convencer a mi abuela para que viajara conmigo.
Hace un par de días, un compañero de uno de los campos de trabajo me dijo que habían matado a su amigo mientras protestaba en una manifestación pacífica contra el muro, en Bil'in.
Mejor a mi abuela no se lo digo.
- Que no, que ya te he dicho que no.
- ¡Pero si no pasa nada! ¿No me ves? Estoy aquí, de una pieza, ¡y he ido más de una vez!
Mi abuela siempre termina rindiéndose a los mimitos y a los "vengaaaaaa, abuuuuu", pero parece que en este tema no piensa dar su brazo a torcer.
Yo seguía erre que erre, con mi retahíla de razonamientos, mientras engullíamos el filete en el restaurante del hospital y unas patatas fritas más bien frías.
- No está malo, pero si estuviera un poquito más tierno... ¿Qué tal tus exámenes?
Me quedé mirándola, ¡esta abuela mía! ¡vaya forma más poco sutil de cambiar de tema!
- Ya te he dicho que iré cuando no me importe morir. - Y acto seguido puso cara de resignación; ese tipo de cara que se pone cuando sabes que el mundo va del revés y no puedes hacer mucho al respecto.
Sentí que la conversación se aproximaba a su fin; tampoco era cuestión de pasarme una hora dándole la barrila. Respondí a su cara con una cara similiar... sólo que la mía no era por el mundo al revés, sino porque sabía que, para ciertas cosas, cuando mi abuela dice que no, es que no.
Me quedé pensando en Jerusalén, en lo mucho que le gustaría; en el Santo Sepulcro y la Iglesia de Todas las Naciones; en la Vía Dolorosa, el Monte de los Olivos y las murallas de la ciudad. Y seguí pelando mi manzana.
- Además... - titubeó, como quien intenta reunir fuerzas para confesar algo que nunca había dicho antes en voz alta- tú siempre estás con que no pasa nada, pero mira si mataron a tu amigo.
Me sorprendió de que se acordara de aquello.
- Abuela, no es lo mismo... tú no vas a ir con un arma por la calle, ¿a que no?. - Y me encontré a mí misma dando esa explicación que siempre he odiado y que parece que todo lo soluciona: "es triste, pero era algo que podía pasar, y todos lo sabíamos".
Aparté de mi mente a aquel chico y las ideas que me cruzaban la cabeza sobre la resistencia, el ejército y la forma que tenemos de ver las cosas.
- Ya, ¿y el niño? ¿El niño también llevaba un arma?
Bajé la cabeza. - No, el niño no.
Aquello había sido un golpe bajo. Estaba claro que no iba a haber forma humana de convencer a mi abuela para que viajara conmigo.
Hace un par de días, un compañero de uno de los campos de trabajo me dijo que habían matado a su amigo mientras protestaba en una manifestación pacífica contra el muro, en Bil'in.
Mejor a mi abuela no se lo digo.
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