martes, 21 de abril de 2009

Y ahora no te escucho


Tema de conversación no nos falta esta semana a los que nos encanta perdernos por el mundo mágico de las palabras. El número de la chistera con el conejo no ha salido aún, pero tranquilos, que de momento ya tenemos pelucas de colores en la ONU.

Y es que, quien más, quien menos, todos, creo, somos un poco payasos.

Lo de demostrar rechazo a unas declaraciones sin más argumento que el simple abucheo (dejemos a un lado la parafernalia de la puesta en escena) es, como poco, de circo. Claro que yo tenía un profesor de literatura que se quejaba de que hoy en día no se permitiese tirar tomates a los actores de teatro cuando hacían su trabajo rematadamente mal.

El problema, quizás, no son tanto los tomates en sí, sino el ver quién los tira y a quién no le está permitido hacerlo.

Por la parte que me toca -en cuanto a ciudadana del Mundo Civilizado que se supone que soy- me parece demencial el punto al que estamos llegando (o del que, quizás y más triste aún, nunca hemos salido) después de siglos y siglos de supuesta evolución.

"Como ahora me parece fatal lo que estás diciendo, voy y me enfado" (y me convierto en pera, añadirían los niños; o dejo de respirar, también).

No es el pretender actuar de forma políticamente correcta lo que me empuja a escribir esto, sino el ver el ejemplo que están dando. Me paso 20 horas a la semana repitiendo a una panda de niños y pre-adolescentes, una y otra vez, que las cosas se hablan, se debaten, que hay que dialogar, y que para eso hace falta, antes de nada, escuchar al otro. Aunque no estemos de acuerdo, da igual: he ahí el punto de la cuestión. Luego ya tendrás tiempo de rebatir sus ideas y defender las tuyas. Sólo así se puede lograr algo.

Pero nuestros políticos, esos que dicen representar aquello que somos, deciden boicotear una conferencia por temor a que uno de los asistentes niegue el holocausto judío que tuvo lugar durante la II Guerra Mundial.

Claro que lo de este hombre es para echarle de comer aparte. Aún ando buscando su discurso completo. Pero, en cualquier caso, las cosas no cambian solas mientras nosotros nos tapamos las orejas para no escuchar lo que no queremos oír.

Y sí, a mí, personalmente, me parece que negar el holocausto es un sinsentido (otro payaso para nuestra lista, este hombrecillo), pero ¿qué hay sobre el racismo de Israel? (y aquí empieza de nuevo el tema de los tomates y a quién le está permitido tirarlos y a quién no).

Para ser sinceros, no creo que fuera justo que, estando como está el mundo, el conflicto israelo-palestino acaparara todos los debates: se nos da muy bien luchar por una causa lejana, pancarta en mano, y luego echamos la culpa de la crisis económica a los inmigrantes del quinto y nos quedamos tan a gusto. Pero ya puestos a hablar sobre el tema, sí: deberían revisarse las políticas de Israel y ver qué hay de cierto en todo lo que ha dicho nuestro querido presidente de Irán. Porque estoy convencida de que ha dicho más de una verdad. Otra cosa es con qué fin lo haya podido hacer o qué otros aspectos no nos gusten de él.

Mientras tanto, hoy ha sido el Día de conmemoración del Holocausto en Israel. El país entero se paró bajo el sonido de una sirena a las diez de la mañana (hora israelí) y en algún lugar de Arad, unos inmigrantes sudaneses relativamente nuevos en el país temieron que el sonido fuera en realidad un coro de trompetas anunciando una nueva guerra, otra amenaza.

Un poco más allá, en Cisjordania, la confiscación de tierras sigue su curso, a la par que la expansión de los asentamientos ilegales; y en Gaza continúan esperando por algo llamado "reconstrucción". Ambas situaciones bajo la mirada atenta del nuevo ejecutivo israelí, a cuyo ministro de exteriores no se le ocurren otras lindezas más que unos "que se vayan al infierno" en referencia a la parte egipcia implicada en el proceso de paz (y seguimos tirando tomates).



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