miércoles, 3 de septiembre de 2008

¡Me vengo a Israel!

Todo empezó por querer ver mi correo.

'No hay ningún mensaje nuevo en su bandeja de entrada. ¿Por qué no prueba a leer nuestras noticias?'.

Pincho en las noticias; total, ahora mismo no tengo otra cosa que hacer y viene bien, de vez en cuando, saber cómo va el mundo.

'Una excavación en Jerusalén descubre la antigua muralla'. Anda, mira! Oriel tiene que estar contentísimo (y sí: ya explicaré quién es Oriel).

Por aquello de tener la visión israelí (si es que tal cosa existe como tal) del asunto, me fui a Ynetnews. ¿Ahora dónde miro? ¿En mundo judío? Al fin y al cabo, la muralla es del tiempo del Segundo Templo; quizá esté allí el artículo. Veo el botoncito de Cultura. Amm... creo que tiene que estar aquí.

Me meto, busco la noticia y no veo nada que llame mi atención, excepto un artículo escrito por una mujer Israelí-Americana / Americana-Israelí con problemas de identidad. Según voy leyendo, me voy acordando de un montón de personas: de kobi cuando me decía que había gente de su universidad que creía que en Israel el transporte público era el camello, de Islam cuando me comentaba, el año pasado, que cuando estaba en Europa, le llamaban el palestino, y en Palestina, el europeo... y tantos otros con curiosidades identitarias del mismo tipo.

Los comentarios de los lectores me parecen casi lo más interesante y divertido que hay en el periódico, así que voy pinchando aleatoriamente para leer algunos de ellos.

De repente, aparece una chica que además del comentario de rigor, deja el enlace a un blog. El título me parece de lo más sugerente: superviviente de la Aliyah. ¿Por qué no leerlo?.

Así que pasando por alto el hecho de que me parece una injusticia que los judíos del mundo tengan muchas más facilidades para regresar a Israel que cualquier refugiado palestino (ains, ¿qué refugiados, qué palestinos?), pinché en el enlace.

Tengo que reconocer que me reí un rato y no precisamente de ella, sino con ella. Si no fuera por el hecho de que es judía y estaba volviendo a su Tierra Prometida, bien podría estar hablando de mí en mis viajes por aquel rincón del mundo.

Me pregunto qué es lo que hace a una persona querer emigrar, con la intención de quedarse para siempre, a Israel. ¿Motivos sugeridos por su sionismo? ¿La búsqueda de una vida mejor? Yo, con toda mi ignorancia, tengo la impresión de que los que emigran allí tienen la esperanza de encontrar realmente una tierra con ríos de leche y miel, y cuando llegan ven que hay una tremenda sequía, hasta de metáforas: ni miel, ni leche, ni ríos. Nada que ver con lo que ellos soñaban.

Estando en Haifa, nos encontramos con una de estas personas.

Después de tener la aventura más grande de mi vida en un supermercado (si no lo creéis, probad a comprar algo en hebreo), volvimos al albergue a guardar la compra en el frigorífico (gran paquete de salchichas incluído). No recuerdo qué estaba haciendo, pero el caso es que salí de la cocina y, al volver, encontré a mi amiga terminando de colocar el último tarro al tiempo que hablaba animadamente con una mujer mayor, ¡en español!. Me quedé con cara de 'esto... perdón... ¿y usted quién es?'. ¡Por las risas parecían amigas de toda la vida!.

Mira, Carmencita, esta es Alicia, ¡habla español!

Sonia, que es la persona más happy-flower del mundo mundial (toma ya mezcla entre el rosa power y Manolito el Gafotas) estaba la mar de contenta.

'Qué alegría encontrar a alguien con quien poder hablar en Español. ¿Sois amigas? ¿Qué tal?'

La mujer me dedicó lo que parecía una sonrisa totalmente sincera mientras me miraba con sus ojos azules claros.

'He venido hace unos meses a Israel y no hay mucha gente con la que poder hablar por aquí'.

'¿Está de vacaciones?'- pregunté lo que se suponía que era obvio, por mucho que me extrañase que llevase varios meses, y me llevé la sorpresa del siglo: 'No, no: he venido a quedarme. He hecho Aliyah, ¿conoces Aliyah?'.

'Amm... -puse una cara mezcla de sorpresa y circunstancias- sí, sí, sé lo que es'.

Seguía mirándola, ¡no me lo podía creer!

Un montón de preguntas vinieron a mi mente: ¿estaba sola? ¿a su edad? ¿cómo lo había decidido, cuándo? y sobre todo ¡Por qué!.

A lo largo de los días siguientes mantuvimos varias conversaciones, sin meternos mucho en su decisión de venir a Israel y nada de nada en política. ¡Incluso intentó liarnos con un chico joven que había conocido en el albergue!. Era como una mezcla entre mi abuela y una buena amiga.

Alicia estaba jubilada, había dejado a sus hijos en EEUU y se había embarcado sola en lo que, probablemente, era la mayor aventura de su vida: por mucho que hubiese vivido en México un tiempo, donde aprendió aquel castellano que aún recordaba y manejaba casi a la perfección, no creo que sea comparable.

En cierto modo envidié su determinación.

Yo, por mi parte, seguía mirándola como una pieza de museo: supongo que hay muchos judíos repartidos por el mundo que con bastante frecuencia deciden empezar de cero en Israel, pero para mí seguía representando todo un misterio.

Como soy reacia a preguntar sobre la vida privada de las personas y, sin conocerla de nada, querer saber el porqué de su decisión me parecía un tanto personal, me quedé con muchas de las preguntas que tenía rondando en mi cabeza. Supongo que no he nacido para periodista.

Sin embargo, hablamos de Dios, de sus años en México, de las anécdotas por culpa del idioma, de cómo la gente se empeña en distanciarse, de lo sola que se sentía a veces, y, en algún momento, también de los árabes.

En realidad fue sólo un comentario, y fue cosa suya, porque ni Sonia ni yo dijimos nada. Para ella eran demasiado religiosos y ese era el principal problema. Lo de los posibles atentados era, simplemente, otro riesgo más entre los muchos riesgos que había tenido que tomar cuando decidió venir a Israel.

Pensé en mis amigos. ¿Por qué la gente se empeña en creer que todos son demasiado religiosos? Supongo que es el favor que nos hacen las cadenas de televisión y los periódicos cuando se limitan a mostrarnos a los cuatro de Hamas que siempre están pegando gritos. Gracias, medios de comunicación.

Después de cambiarnos de dormitorio (otra larga historia para otro momento: lo de reservar plaza en los albergues israelíes es como jugar a la lotería) terminamos durmiendo en una habitación que había justo al lado de donde estaba ella.

Aquella noche nos dijo que por fin había firmado un contrato para tener su propio apartamento, así que al día siguiente dejaba el albergue. Un taxi vendría a recogerla.

Cuando me levanté por la mañana, al salir de la habitación, la vi organizando un montón de paquetes y de maletas. '¿Quieres que te ayudemos?' (Sí, vale: ya sé lo que estáis pensando pero ¿cómo no la íbamos a ayudar?).

'No os preocupéis, id a desayunar tranquilamente, luego nos vemos. El chico del albergue me ayudará'.

Para cuando terminamos el café y las tostadas, todos los bártulos ya estaban abajo, esperando para ser embutidos en el taxi que, según se quejaba Alicia, iba a ser demasiado pequeño. 'Le he dicho al chico que me llame a uno grande, pero me ha dicho que con uno de los pequeños tengo suficiente. ¿Tú crees que me va a caber todo eso?' La verdad es que la mujer tenía razón.

A estas alturas ya debe de estar más que acomodada en su nuevo apartamento en lo alto del Carmel, ocupada con sus clases de hebreo de no recuerdo qué organización judía, y haciendo, espero, nuevas amistades.

Yo sigo reprochándome ser tan educada y no haberla preguntado el porqué de todo aquello. Al fin y al cabo, ¿cuándo tendré otra oportunidad igual?



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