domingo, 31 de agosto de 2008

Niños

Acabo de llegar del bautizo del hijo de una amiga y las palabras 'pueblo de Israel, paz, libertad y verdad' todavía resuenan en mi cabeza.

Qué ironía, Dios mío, tanto pregonar el Reino de los Cielos y que todavía estemos como estamos en todo el mundo y, más irónico aún, que estemos como estamos precisamente allí, en Palestina-Israel.

No soy religiosa, al menos no como la gente suele entenderlo, y rechazo, por principio, la religión como modo de lucha por dos razones fundamentales: una, que si los hermanos de una misma fe se unen para conseguir algo, ¿no están excluyendo de su esfuerzo a los que no comparten sus mismas creencias?; y dos: que es muy fácil, excesivamente fácil, justificar cualquier injusticia y barbaridad en nombre de Dios. Un Dios que, dicho sea de paso, la mayor parte de las veces nos queda demasiado lejos y al que utilizamos a nuestro antojo.

Aclarado eso, tengo que decir que entre una frase y otra del cura (debemos ir a misa; hay que educar a los hijos en la fe), yo miraba al crío que iba a ser bautizado y celebraba tanta inocencia. ¡Qué alegría! Al fin y al cabo, el bautismo no es otra cosa que la celebración de una nueva vida. Otra nueva esperanza.

Los niños me vuelven loca y cuando digo que son el futuro, lo digo porque de verdad lo creo. Quizás ellos puedan hacer las cosas mejor de lo que nosotros las estamos haciendo.

A lo largo de la misa, me acordé de la hija de otro amigo, en Israel. Tan pequeña, tan preciosa.

Leo en ynetnews el artículo sobre cómo los niños de Gaza son enseñados a odiar a los israelíes y me vienen a la cabeza las famosas fotografías del 2006, en las que niños israelíes firman con sus mejores deseos los misiles que iban a ser lanzados sobre el sur del Líbano.

¿Qué nos queda cuando embutimos a nuestros hijos las mismas ideas que nosotros tenemos, cuando les convencemos de que lo que nosotros les decimos es lo correcto, la verdad más absoluta, sin matices, sin opción a crítica? Sí, ya: es derecho y deber de cada padre y madre educar a sus hijos pero, ¿qué ocurre con la educación en un conflicto como el que se vive en Palestina-Israel? ¿A qué estamos condenando a esos niños?.
A eso me refiero.

Lo pienso más detenidamente y termino convencida que no hace falta ir a ningún campamento de verano organizado por Hamás para llegar a la conclusión de que Israel quiere acabar contigo, con tu colegio, con tu familia y con tus amigos. Con todo lo que tú conoces. ¿Exagero? Repasen las noticias y vean la larga lista de daños colaterales y errores varios. Y eso sólo por mencionar los muertos y los heridos: dejemos a un lado las trabas del día a día bajo la ocupación.

Por otro lado, me pregunto cómo debe de crecer un niño, en Israel, que llega a la conclusión, asombrosamente similar, de que su vecino quiere matarle y hacer desaparecer todo lo que él es, todo lo que él conoce. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho él para que le odien tanto?. Una larga historia de persecución a lo largo de los siglos y la situación actual con bombas en los autobuses y gente gritando 'judíos al mar'. ¿No es como para crecer con miedo?.

Y si esos niños son enseñados desde pequeños a temer (y, en algunos casos, lamentablemente, también a odiar) a su vecino, ¿qué nos queda?. Estamos rompiendo cualquier esperanza de paz aún antes de que realmente exista y pueda mantenerse por sí misma, sólida y fuerte.

Gracias a Dios (o a lo que cada uno elija) hay padres que realmente buscan una educación para sus hijos y no un simple y burdo adoctrinamiento.

La fe se transmite de generación en generación, sí; lo demás, también.

Nosotros elegimos.





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