Hacía tiempo que no veía tanta kipá junta.
Los niños pequeños correteaban por la plaza con globos en las manos y los adultos, unos solos, otros acompañados, se movían tímidamente al compás de la música -en teoría tradicional- que se escuchaba a través de los altavoces.
Aunque lo que más se veía eran abrazos y saludos. Y también a una chica, de unos 16 años, con una antorcha de acá para allá.
Lo cierto es que la gente empezó a llegar sobre las 18.30h. Fueron más inteligentes que nosotros: el nuevo día no comienza hasta la caída del sol y es entonces cuando se prende la vela, no antes. Yo no caí hasta que ya estábamos allí, y nuestros pies se enfriaban por momentos.
Al fin vimos a un montoncito de gente subido en la tarima, detrás de la janukía. Ahora es cuando empieza todo, pensé, vamos a ver qué dicen estos hombres.
Entré automáticamente en modo misa y puse las orejas a la escucha, como los niños.
Comenzó el director de Casa Sefarad, explicando el porqué de celebrar Hanuka en las calles de Madrid. "Lo que queremos es hacer llegar nuestra cultura a la gente, que la comprenda, y también que se acerque y comprenda a Israel". Me pregunté, como siempre, por qué mezclan churras con merinas, por muy conectadas que ambas cosas puedan estar en un momento determinado. Israel siempre está ahí, viva el imaginario colectivo.
Cuando dieron paso al Gran Rabino de Israel me dije: hija mía, ¿por qué no escuchaste a Jonathan cuando dijo que Hanuka era una fiesta muy sionista?. Madre mía. Recé para que no terminaran cantando, por una de estas casualidades, la HaTikva.
Tuve suerte: no lo hicieron.
Cuando empezaron con las bendiciones de rigor, la plaza estaba ya llena de gente. También hubo cánticos, pero parte del Shemá Israel y un shoshanim suelto, Sonia y yo nos pasamos más de diez minutos sin entender una sola palabra.
Mientras los altavoces nos hacían llegar tanta palabra indescifrable para nosotras, uno de los rabinos, chiquitito y con cara de risueño (nada que ver con lo que he visto por Jerusalén tantas veces), se puso a bailar sobre la tarima y a dar palmas para animar a la gente. ¡Daban ganas de subirse con él!.
Después, el baile típico (que fue sólo uno y que, además, apenas pudimos ver porque había demasiada gente delante) y los sufganiot. Cuando íbamos abriéndonos paso hacia la mesa, saltando por encima de kipás de todos los colores y tamaños, vislumbré la vajilla: un maravilloso despliegue de platos, vasos y servilletas de papel con la estrella de David, por su puesto, todo en blanco y azul, que iban y venían. Me acordé de aquel supermercado en Haifa donde todas y cada una de las etiquetas del embutido tenían un banderita israelí. Me entró la risa: aquel día de compras fue uno de los más divertidos del viaje. El chico que estaba a mi lado, con su sombrero negro y sus incipientes tirabuzones, bastante más joven que yo, se me quedó mirando con cara de "¿y a ésta qué le pasa?".
Avanzamos en la fila entre una muchedumbre, al parecer, tan hambrienta como nosotras, mientras escuchábamos conversaciones salpicadas de alguna que otra palabra en hebreo. Beseder! ken! Hanuka sameaj! Y poco más pudimos entender.
El de los tirabuzones se nos quedó mirando y le dijo a su amigo que no sabía que había tanto judío en Madrid. Me sonrió. Puse una medio sonrisa "Si yo te contara...", pensé yo.
Cuando llegamos a la mesa sólo quedaba té verde en vasos, por cierto, de color verde. ¡Esto es una señal! le dije a Sonia bromeando.
Mientras dábamos vueltas por la plaza -sabes? hablé ayer con Oriel-, -anda, pues el pobre Jonathan hoy duerme en tienda de campaña-, apareció delante de nosotras uno de los rabinos que había estado arriba en la tarima, con una bolsa repleta de velas y otra hasta arriba de pequeñas peonzas. El hombre nos sonrió y nos deseó una feliz Hanuka al tiempo que nos alcanzaba una vela a cada una: una azul y otra blanca. La estampa perfecta, je. Por la paz, nos dijo. Que falta nos hace, pensamos nosotras. Se quedó con la peonza. ¡Yo quería una! aunque me dio menos pena porque eran de colores fluorescentes, nada que ver con la que tiene sus letritas y todo, diciendo eso de "un milagro ocurrió ahí".
Dudé entre darle las gracias en Hebreo o en Español, pero al final opté por el segundo; al fin y al cabo ¿No estábamos en España? ¿y no se puede ser judío español hablando Castellano? Así terminamos con un "Gracias, feliz Hanuka para usted también". ¡Viva la lengua materna!.
Nos volvimos a un banco que había libre y nos sentamos. Pasó por allí una mujer y nos miró. Sonreí. Nos sonrió. Miró hacia delante y volvió la cabeza de nuevo hacia nosotras: "Hanuka sameaj".
Ay, Dios -pensé- otra vez como en Israel, que se piensan que somos judías y empiezan a hablarnos en hebreo. Sabía que nos había deseado una feliz hanuka, pero le dije que no hablábamos hebreo. La mujer, muy amable, y con un terrible acento inglés, nos respondió "¿No sabéis lo que significa? Mirad, hanukua es esta fiesta; sameaj es como feliz, así que hanuka sameaj es feliz hanuka". "Hanuka sameaj para ti también", respondimos.
La mujer, profesora, por cierto, seguía allí "¿Y qué os parece que se celebre así en Madrid?". Yo, a esas alturas de la fiesta, me encontraba un tanto confusa. Salí del paso con un "¡Es la primera vez que se hace aquí! El año pasado lo montaron en Barcelona". A lo que la mujer respondió con un gran "¡¡Síii!! nosotros lo celebramos todos los años en Londres!! ¡qué sorpresa tan grande me he llevado al verlo en Madrid!". Parecía tan contenta...
La mujer nos volvió a sonreír y se fue. Nosotras acabamos nuestro té y, para compensar la falta de sufganiot, nos fuimos a comer un kebab a un restaurante turco cercano.
¡El que no se consuela es porque no quiere!
Ayer, mientras intentaba hacer los sufganiot en casa (hay que agradecerle a Magda el regalo del libro de cocina Sefardí) y pensaba en las velas, me vino a la cabeza aquella canción de Ismael Serrano:
Los niños pequeños correteaban por la plaza con globos en las manos y los adultos, unos solos, otros acompañados, se movían tímidamente al compás de la música -en teoría tradicional- que se escuchaba a través de los altavoces.
Aunque lo que más se veía eran abrazos y saludos. Y también a una chica, de unos 16 años, con una antorcha de acá para allá.
Lo cierto es que la gente empezó a llegar sobre las 18.30h. Fueron más inteligentes que nosotros: el nuevo día no comienza hasta la caída del sol y es entonces cuando se prende la vela, no antes. Yo no caí hasta que ya estábamos allí, y nuestros pies se enfriaban por momentos.
Al fin vimos a un montoncito de gente subido en la tarima, detrás de la janukía. Ahora es cuando empieza todo, pensé, vamos a ver qué dicen estos hombres.
Entré automáticamente en modo misa y puse las orejas a la escucha, como los niños.
Comenzó el director de Casa Sefarad, explicando el porqué de celebrar Hanuka en las calles de Madrid. "Lo que queremos es hacer llegar nuestra cultura a la gente, que la comprenda, y también que se acerque y comprenda a Israel". Me pregunté, como siempre, por qué mezclan churras con merinas, por muy conectadas que ambas cosas puedan estar en un momento determinado. Israel siempre está ahí, viva el imaginario colectivo.
Cuando dieron paso al Gran Rabino de Israel me dije: hija mía, ¿por qué no escuchaste a Jonathan cuando dijo que Hanuka era una fiesta muy sionista?. Madre mía. Recé para que no terminaran cantando, por una de estas casualidades, la HaTikva.
Tuve suerte: no lo hicieron.
Cuando empezaron con las bendiciones de rigor, la plaza estaba ya llena de gente. También hubo cánticos, pero parte del Shemá Israel y un shoshanim suelto, Sonia y yo nos pasamos más de diez minutos sin entender una sola palabra.
Mientras los altavoces nos hacían llegar tanta palabra indescifrable para nosotras, uno de los rabinos, chiquitito y con cara de risueño (nada que ver con lo que he visto por Jerusalén tantas veces), se puso a bailar sobre la tarima y a dar palmas para animar a la gente. ¡Daban ganas de subirse con él!.
Después, el baile típico (que fue sólo uno y que, además, apenas pudimos ver porque había demasiada gente delante) y los sufganiot. Cuando íbamos abriéndonos paso hacia la mesa, saltando por encima de kipás de todos los colores y tamaños, vislumbré la vajilla: un maravilloso despliegue de platos, vasos y servilletas de papel con la estrella de David, por su puesto, todo en blanco y azul, que iban y venían. Me acordé de aquel supermercado en Haifa donde todas y cada una de las etiquetas del embutido tenían un banderita israelí. Me entró la risa: aquel día de compras fue uno de los más divertidos del viaje. El chico que estaba a mi lado, con su sombrero negro y sus incipientes tirabuzones, bastante más joven que yo, se me quedó mirando con cara de "¿y a ésta qué le pasa?".
Avanzamos en la fila entre una muchedumbre, al parecer, tan hambrienta como nosotras, mientras escuchábamos conversaciones salpicadas de alguna que otra palabra en hebreo. Beseder! ken! Hanuka sameaj! Y poco más pudimos entender.
El de los tirabuzones se nos quedó mirando y le dijo a su amigo que no sabía que había tanto judío en Madrid. Me sonrió. Puse una medio sonrisa "Si yo te contara...", pensé yo.
Cuando llegamos a la mesa sólo quedaba té verde en vasos, por cierto, de color verde. ¡Esto es una señal! le dije a Sonia bromeando.
Mientras dábamos vueltas por la plaza -sabes? hablé ayer con Oriel-, -anda, pues el pobre Jonathan hoy duerme en tienda de campaña-, apareció delante de nosotras uno de los rabinos que había estado arriba en la tarima, con una bolsa repleta de velas y otra hasta arriba de pequeñas peonzas. El hombre nos sonrió y nos deseó una feliz Hanuka al tiempo que nos alcanzaba una vela a cada una: una azul y otra blanca. La estampa perfecta, je. Por la paz, nos dijo. Que falta nos hace, pensamos nosotras. Se quedó con la peonza. ¡Yo quería una! aunque me dio menos pena porque eran de colores fluorescentes, nada que ver con la que tiene sus letritas y todo, diciendo eso de "un milagro ocurrió ahí".
Dudé entre darle las gracias en Hebreo o en Español, pero al final opté por el segundo; al fin y al cabo ¿No estábamos en España? ¿y no se puede ser judío español hablando Castellano? Así terminamos con un "Gracias, feliz Hanuka para usted también". ¡Viva la lengua materna!.
Nos volvimos a un banco que había libre y nos sentamos. Pasó por allí una mujer y nos miró. Sonreí. Nos sonrió. Miró hacia delante y volvió la cabeza de nuevo hacia nosotras: "Hanuka sameaj".
Ay, Dios -pensé- otra vez como en Israel, que se piensan que somos judías y empiezan a hablarnos en hebreo. Sabía que nos había deseado una feliz hanuka, pero le dije que no hablábamos hebreo. La mujer, muy amable, y con un terrible acento inglés, nos respondió "¿No sabéis lo que significa? Mirad, hanukua es esta fiesta; sameaj es como feliz, así que hanuka sameaj es feliz hanuka". "Hanuka sameaj para ti también", respondimos.
La mujer, profesora, por cierto, seguía allí "¿Y qué os parece que se celebre así en Madrid?". Yo, a esas alturas de la fiesta, me encontraba un tanto confusa. Salí del paso con un "¡Es la primera vez que se hace aquí! El año pasado lo montaron en Barcelona". A lo que la mujer respondió con un gran "¡¡Síii!! nosotros lo celebramos todos los años en Londres!! ¡qué sorpresa tan grande me he llevado al verlo en Madrid!". Parecía tan contenta...
La mujer nos volvió a sonreír y se fue. Nosotras acabamos nuestro té y, para compensar la falta de sufganiot, nos fuimos a comer un kebab a un restaurante turco cercano.
¡El que no se consuela es porque no quiere!
Ayer, mientras intentaba hacer los sufganiot en casa (hay que agradecerle a Magda el regalo del libro de cocina Sefardí) y pensaba en las velas, me vino a la cabeza aquella canción de Ismael Serrano:
"No puedo pensar que todas las batallas están perdidas.
Pobre de aquel que nos recuerde que la historia se termina.
Un rumor de alas y tormenta inunda toda la avenida.
En los muros leí los gritos que nos dan bienvenida"
¡Prende la luz!
2 comentarios:
Pero dime en que sarao no estas tu?ja,ja,ja,espero que lo pasarais bien!!por lo menos original y difernte lo es,siempre hay cosas bonitas que nos motivan y alegran,
besitos.
La verdad es que a mí me gustó. Lo único, que ahora no me quito de la cabeza la imagen del rabino aquel diciéndonos "Por la paz" al tiempo que nos daba la vela. Por la paz... ¿qué paz?.
Yo entiendo que el hombre, seguramente, no tenga nada que ver, pero no puedo dejar pensar en ello.
En fin, habrá que esperar un milagro. O mejor: lo hacemos nosotros.
Yalla!
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