Acabo de leer, hace dos segundos, la noticia de que un palestino de 23 años ha detonado un camión cargado de explosivos en el puesto fronterizo de Erez.
¿Qué decir? ¿Qué había en su cabeza para actuar así?
Ayer terminé de leer Israel-Palestina. Paz o Guerra Santa, de Vargas Llosa. Uno de los capítulos habla sobre los 'Creyentes'. Para decepción de quienes lean las noticias, debo decir, como el autor del libro constató a través de innumerables entrevistas con palestinos e israelíes, que los suicidas no tienen por qué ser religiosos: la simple miseria en la que viven y la falta de expectativas de un futuro mejor, hacen que saltarse por los aires sea más atractivo que una lenta agonía bajo la ocupación.
No justifico nada. Simplemente busco comprender.
Pero siempre ha habido quien me ha acusado de hipócrita porque 'tú, Carmen, que defiendes la paz con tanta ansia, no sientes el mismo dolor cuando el muerto es un palestino que cuando es un israelí'.
Qué fácil es hablar siempre de lo que sienten o dejan de sentir los demás, ¿verdad?.
Siempre damos cosas por supuestas.
Me consuelo pensando que, según mis apuntes de psicología, resulta que todo no forma parte más que de la manera en que nuestro cerebro organiza el mundo, simplificándolo y metiéndolo en pequeñas carpetitas de categorías, para poder entenderlo.
Pero de vez en cuando viene bien revisar esos archivos y ver qué porcentaje de realidad se almacena en ellos. Por eso hay que mirar a uno y otro lado, no con la intención de juzgar sin más, sino con la de entender y formar una idea propia, basada en hechos, de lo que está sucediendo.
Los libros son una forma, entre muchas,de hacerlo.
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