Puede que no tenga mucho que ver con lo que todo el mundo espera que cuente sobre Palestina pero, mira tú por dónde, hoy me apetece escribir sobre cometas.
Todavía estando allí, leí una noticia en ma'an news en la que se decía que el ejército israelí había prohibido volar cometas cerca del muro. Inmediatamente pensé en los posibles peligros que una cometa pudiera representar y no se me ocurrió nada más que a lo mejor, si era muy grande, podía tapar el área de visión desde la torre de control. Razones más, razones menos, todo es cuestión de seguridad, así que 'sssssshhhh', sin rechistar.
En uno de los campos de refugiados que visitamos en Cisjordania, los niños jugaban con una cometa... eran felices. Corrían unos detrás de otros mientras intentaban hacerla volar. A mí, por supuesto, me encantó la idea y, en una clara regresión a la infancia, me puse a correr con ellos mientras reía. ¡Lo feliz que yo era cuando mi padre me enseñaba a volar la mía de pequeña! Quería hacerla subir, volar muy lejos; hacer que se elevase tanto en el cielo que me llevase con ella para poder ver el mar desde arriba. Claro está, eso nunca sucedió, pero yo era feliz como no os podéis imaginar construyendo, sonrisa a sonrisa, imagen a imagen, mi ilusión artificial.
Miré de nuevo a los niños y en todos vi una sonrisa. ¿Qué se imaginarán ellos?
Hace unos meses un ex-prisionero me comentó que su máximo sueño era ver el mar de nuevo. Yo me esperaba un 'quiero visitar Al Aqsa' o 'quiero rezar en el Domo de la Roca', pero no: su ilusión más profunda era regresar a su Haifa natal, donde le convirtieron en refugiado, y ver, oler el mar.
La ciudad queda lejos, las olas no llegan... Ojalá todos tuviéramos cometas que nos elevaran por encima de los muros.
Todavía estando allí, leí una noticia en ma'an news en la que se decía que el ejército israelí había prohibido volar cometas cerca del muro. Inmediatamente pensé en los posibles peligros que una cometa pudiera representar y no se me ocurrió nada más que a lo mejor, si era muy grande, podía tapar el área de visión desde la torre de control. Razones más, razones menos, todo es cuestión de seguridad, así que 'sssssshhhh', sin rechistar.
En uno de los campos de refugiados que visitamos en Cisjordania, los niños jugaban con una cometa... eran felices. Corrían unos detrás de otros mientras intentaban hacerla volar. A mí, por supuesto, me encantó la idea y, en una clara regresión a la infancia, me puse a correr con ellos mientras reía. ¡Lo feliz que yo era cuando mi padre me enseñaba a volar la mía de pequeña! Quería hacerla subir, volar muy lejos; hacer que se elevase tanto en el cielo que me llevase con ella para poder ver el mar desde arriba. Claro está, eso nunca sucedió, pero yo era feliz como no os podéis imaginar construyendo, sonrisa a sonrisa, imagen a imagen, mi ilusión artificial.
Miré de nuevo a los niños y en todos vi una sonrisa. ¿Qué se imaginarán ellos?
Hace unos meses un ex-prisionero me comentó que su máximo sueño era ver el mar de nuevo. Yo me esperaba un 'quiero visitar Al Aqsa' o 'quiero rezar en el Domo de la Roca', pero no: su ilusión más profunda era regresar a su Haifa natal, donde le convirtieron en refugiado, y ver, oler el mar.
La ciudad queda lejos, las olas no llegan... Ojalá todos tuviéramos cometas que nos elevaran por encima de los muros.
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