"Si me lo permitís, quisiera haceros un ruego: aguzad los oídos y abrid bien los ojos para permitir que la historia de Salim y Ariel entre en vuestros corazones".
Así es como empieza la obra de teatro Manzanas rojas.
Hacía tiempo que había visto la reseña bibliográfica y resultó que el libro en cuestión lo tenía, esperándome, en una de las estanterías de mi trabajo.
Os dejo unos fragmentos...
Así es como empieza la obra de teatro Manzanas rojas.
Hacía tiempo que había visto la reseña bibliográfica y resultó que el libro en cuestión lo tenía, esperándome, en una de las estanterías de mi trabajo.
Os dejo unos fragmentos...
SALIM: ¡Es fantástico! Parece como si estuviera dentro de una pecera; además, todo brilla.
ARIEL: No, no brilla.
SALIM: A mí me brilla. Es como si hubiera caído del cielo una lluvia de plata. ¡Es fantástico! Estoy viendo unos pájaros de grandes alas que vuelan muy bajo; parecen aviones, pero no llevan cañones debajo de sus alas.
AMOS: No quiero que vuelvas a ver a Salim
ARIEL: ¿Por qué?
AMOS: Ninguno de nuestros vecinos deja que sus hijos anden con los chicos de ese lado. Nos odian. Nunca nos perdonarán que hayamos vuelto. Creen que esta tierra es suya, pero antes fue nuestra.
ARIEL: Pero Salim no nos tira piedras, sólo vende manzanas con caramelo en el mercado y, cuando puede, va a la escuela. Sabe hablar como nosotros, puede comprender todo lo que le digo.
AMOS: Eso no me importa. Todos son iguales; tiran piedras y, cuando sean mayores, harán lo mismo que sus padres: disparar a nuestros soldados y poner bombas en nuestras calles o en nuestros autobuses.
ARIEL: Papá, tú no conoces a Salim.
AMOS: Su padre era un revolucionario.
ARIEL: Su padre murió, lo mataron nuestros soldados.
AMOS: Tenemos que defender esta tierra para que puedan seguir viniendo de otros países nuestros hermanos.
ARIEL: ¿Cómo vamos a caber todos si ellos también quieren quedarse aquí?.
GAZALA: A tu padre le hubiera gustado que no fueras tan temeroso. Ya ves cómo nos tratan. Nos echan de sus casas, nos quitan el trabajo y matan a nuestra gente para demostrarnos que son más fuertes que nosotros.
SALIM: También ellos mueren, madre.
GAZALA: Por cada uno de ellos, caen diez de los nuestros. Nosotros no tenemos soldados, ni tanques, ni aviones.
SALIM: Yo no los quiero, madre, pero no puedo romper sus tanques con una piedra. Tengo que vender manzanas en el mercado y algunos días, si puedo, ir a la escuela. Los otros chicos están siempre en la calle, pero yo tengo que traer algunas monedas a casa para ayudarte.
GAZALA: Es difícil vivir así, hijo. Nos han quitado los pozos de agua y nos prohíben abrir otros nuevos. Ellos son los dueños y nos la venden a precios que casi nunca podemos pagar.
(Se escuchan explosiones lejanas y el sonido del motor de un helicóptero. Salim tiembla sutilmente. Gazala se da cuenta de su reacción)
SALIM: Si no hacemos nada, si no nos movemos, no entrarán en nuestro barrio, ¿verdad, madre?.
GAZALA: Siendo un hombre no se puede tener tanto miedo a todo, Salim, ¡qué diría tu padre si te viera!.
SALIM: Mi madre dice que tengo miedo. Que no soy como mi padre, que luchó para defendernos, ni como los otros chicos, que tiran piedras a los soldados. Ella tiene razón. Cuando escucho las explosiones y la llegada de los tanques, me meto debajo de la cama y me tapo fuertemente las orejas con las manos. A veces no puedo ir a la escuela, ni al mercado a vender las manzanas bañadas en caramelo.
YEHÁ: Déjame que te relate una breve historia. Cierto día, uno de nuestros sultanes, al que le gustaba mezclarse con su pueblo sin ser reconocido, tropezó con un hombre que parecía muy asustado. Al interesarse por su situación, descubrió que todo su desasosiego estaba motivado por una noticia que acaba de escuchar en el mercado. Al parecer, una terrible tormenta se aproximaba a la ciudad. Sin embargo, lo único que hacía aquel hombre era lamentarse sin moverse del lugar. Para calmar su desesperación, el sultán decidió darle un consejo: "Hermano, no sé por qué te afliges. Si la tormenta, como dices, está a punto de llegar, debes correr a buscar un buen refugio. Si, por el contrario, el infortunio que tanto temes no se detiene sobre la ciudad y pasa de largo, habrás perdido tu hermoso tiempo, quejándote por algo que nunca llegará a ocurrir".
SALIM: Ellos no pasan como las tormentas. Sus tanques siempre están en nuestras calles.
YEHÁ: Nuestro sultán era de otra época, Salim. No se refería a lo que está ocurriendo aquí. Él quería decir que no vale la pena quedarnos quietos cuando nos amenaza un peligro. En esos momentos resulta imprescindible tomar decisiones en lugar de lamentarnos. Y yú las tomas, Salim: trabajas, vas a la escuela cuando puedes y ayudas a tu madre para que no le ocurra nada malo.
SALIM: Pero no defiendo a los otros como hizo mi padre. Él no tenía nunca miedo.
YEHÁ: Todo el mundo ha tenido miedo alguna vez. Sin sentir temor en la vida, no es posible saber lo que es la valentía. Los hombres piensan que no está bien sentir miedo, pero el miedo es como la alegría o la tristeza, como la felicidad o la amargura. No deberían existir las causas que nos hacen sentir miedo, pero están ahí; las crean los mismos hombres que después nos dicen que debemos ser valientes para matar a los que, según ellos, son nuestros enemigos.
A Salim le cuesta comprender el porqué del muro: "Si tienen tantos soldados, ¿por qué necesitan también ponernos un muro, madre?".
Y a Ariel no le resulta mucho más fácil tampoco:
ARIEL: ¿Les preguntaste a ellos si lo querían?
AMOS: Claro que no, ¡qué tontería! Lo hemos hecho precisamente para defendernos de esa gente. ¿Desde cuándo se habla con los enemigos? Lo hacemos por nuestra seguridad, la de nuestros hijos y también... ¡también por la paz mundial!
Así que a los dos amigos no les queda más remedio que recurrir a un teléfono casero, fabricado con yougures y cuerda, para poder comunicarse porque, como decía Salim: "¿Cómo nos vamos a ver con "esto" delante?".
SALIM: He visto la foto que hay en casa de Ariel. En el país donde vive su madre hay edificios muy altos, grandes avenidas y también una estatua que se llama Libertad.
GAZALA: (con tristeza y un cierto tono de rencor) De ese país llegan las armas que el ejército de Ariel y de su padre utiliza contra nosotros.
SALIM: Ariel no tiene la culpa, madre. (Pausa, reflexionando) Si a ellos les gusta tanto la libertad y tienen una estatua tan grande de ella, ¿por qué mandan armas para que nos maten?.
SALIM: (Casi con lágrimas en los ojos) ¡Cuándo acabará la guerra, Yehá!
YEHÁ: (Con voz cálida y emocionada) Si vuestros padres creen que esta tierra les pertenece, (toma otro montón de arena y vuelve a dejarla escapar entre sus dedos) y los padres de ellos (señala hacia el lado donde se encuentra la casa de Salim) piensan que es suya, porque la conquistaron por la fuerza de las armas, la paz... (repite la operación de tomar un puñado de arena en su mano y dejarla caer lentamente) será imposible.
La obra de teatro termina con Ariel gritando desde lo alto del muro, intentando advertir a Salim de que huya de su barrio porque los tanques israelíes se dirijen hacia allá en ese momento. Salim no puede escucharle y se enfrenta al tanque con tan sólo un tirachinas en las manos. Ariel, desesperado, intenta llegar hasta su amigo... y lo hace en el preciso instante en que el tanque abre fuego.
Ya podéis imaginar qué les pasó a los dos amigos.
Ya podéis imaginar qué les pasó a los dos amigos.
La voz de Yehá, el personaje fantástico de los cuentos de Salim que cobra vida y se convierte en su amigo y consejero, nos dice después del ataque del tanque:
"Tal vez otros chicos y chicas, que ya no serán ni Ariel ni Salim, seguirán luchando para mostrarnos el valor de la amistad, el sinsentido de las guerras y la crueldad de todos los muros que pretenden aprisionar a los seres humanos. De los jóvenes es el futuro. Ojalá las lunas viejas dejen paso a las nuevas, para que ellas alumbren una tierra en la que la paz, la justicia y los sueños sean posibles".
Ojalá sea cierto.
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