miércoles, 27 de agosto de 2008

Canto a Sión

En este tiempo he conocido a israelíes que van desde adorar Jerusalén, a importarles, literalmente, tres pimientos lo que ocurra con ella, pasando, claro está, por quienes no se preocupan por lo que ocurre en la ciudad pero ¡ojo¡ "no me la vayas a tocar, que Jerusalén ES y SIEMPRE SERÁ judía".

Tengo que reconocer que a mí Jerusalén me encanta... quiero decir: lo poco que conozco de Jerusalén. No voy mucho más allá de la Ciudad Vieja, la parte árabe, el Museo del Holocausto y aquel barrio ortodoxo judío tan famoso cuyo nombre siempre olvido.

De todo eso, me quedo con la Ciudad Vieja, donde todos viven juntos, pero nadie se mezcla, qué ironía, ¿no?.

Esta última vez, me he sentido como el autor del poema: sin ver "rastro de lo que fue y de lo que podría quedar". Y cada vez que miro el Monte de los Olivos y veo todas aquellas tumbas, entiendo el verso que reza "No me sorprende que vieniesen aquí a morir, no a vivir".

Jerusalén me parece una ciudad tremenda, pero a veces me descubro a mí misma observándola como si se tratara de una reliquia cubierta de polvo, por la que todo el mundo se pega.

Mucho simbolismo y poca humanidad.


En el Cielo (entre paréntesis) no hay estrellas (entre
comillas).
No te he cantado, Jerusalén, demasiados faldones negros,
aunque no tengo nada contra la religión, pero la mía es
otra cosa,
en vez de recitar oraciones, mi religión canta.
Demasiados hoteles y poca ciudad,
los muros de piedra se quejan de que el lugar es
monónoto y arenoso.
Aunque te llamen ciudad de oro, es estúpido oro,
como una puesta de sol que tiene dos o tres mil años,
una nube en el pantalón, una antigüedad genuina.
No me sorprende que vieniesen aquí a morir, no a vivir.
Te han ahogado en cada monte, en cada colina,
con tierras baldías y suburbios, no como haría la naturaleza.

El Valle de la Cruz se ha elevado desde las
profundidades,
pero gracias al genio de un "brillante" arquitecto
de algúnn modo el Monte Scopus ha descendido;
sólo en esta ciudad conocemos tales milagros.

Cómo entonces, de verdad, te cantaré
si no tengo un arpa y todas mis cuerdas
están en Tel Aviv o en Haifa junto al mar.
En el lugar donde hay una Colina de los Gritos
no oirán poemas pero sí verán golpes
que aterrizan aquí y allá como si surgiesen de un aire
sutil,
nadie ha clavado aún espadas en un arado.
El consuelo no se encuentra en yeshivas, iglesias,
mezquitas
para quienes buscan pelea y para los pobres.

Por eso, sí, en los años cincuenta, aprendí a amar
tu belleza, Jerusalén, que casi no es terrestre
pero ahora estoy en los sesenta, no de años, sino de edad
y tú recuerdas el Holocausto y el Gran Rabinato,
pero no hay rastro de lo que fue, y de lo que podría quedar,
o no puedo encontrarlo como turista, hoy.
Descansa en paz entonces ¡Oh, Sión! sobre tu cama
y recuerda que, por lo menos, Amijai, mi amigo, te
ama.
Y no olvides, Ciudad Madre de mi alma:
no hay corazón tan roto como el corazón entero.

Natan Zach
Antología Poética: Continente Perdido



No hay comentarios: