domingo, 1 de febrero de 2009

Allende


Si algo bueno tiene la lectura, es que cada uno la interpreta a su manera.

Solía tener un amigo que decía que el Corán le hablaba: lo abría por una página y ahí tenía la respuesta a sus dudas y preocupaciones. A mí, que esto de los mensajes divinos nunca se me ha dado bien, no me sorprendía en gran medida su particular milagro: si a él le hablaba su libro, a mí me hablaban las canciones de Ismael Serrano o los poemas de Whitman.

Nada extraordinario más allá del hecho de regocijarse en las ideas de otros que parecen pensar como tú; o tú como ellos.

Ahora me leo en Benedetti


Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla,

para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques,

para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo, hacerlo llama,
porque el hombre de la paz era una fortaleza

Para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia,

para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando,

para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza,

Para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa,
una armada, una hueste, una brigada,
tuvieron que creer que era otro ejército,

pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato

y eran necesarios más tanques, más rencores
más bombas, más aviones, más oprobios
porque el hombre de la paz era una fortaleza

Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla,

para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad,

para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.

Poema escrito tras la muerte de Salvador Allende.

Demasiados hombres y mujeres de paz han muerto ya, en todos lados.



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