lunes, 19 de enero de 2009

Lo que vemos... o no vemos


Qué verdad más incómoda.

Hace siglos, las guerras se libraban en campo abierto. Como leía ayer en la entrada de un blog, "tú decías 'madre, me voy a la guerra!' porque realmente ibas, la guerra no venía a ti". Hace unas decádas la guerra empezó a venir a nosotros, pero por lo general, al menos aquellos que ya nacimos en democracia, lo más que hacíamos era verlo por televisión, y eso cuando nuestros padres nos dejaban. Fue entonces cuando la guerra se convirtió en un final de fiesta: fuegos artificiales, luces de colores en el cielo de algún país lejano.

Ahora que no sólo la guerra viene a nosotros, sino también sus imágenes, damos muestras de una preocupación sin precedentes por nuestro prójimo, ése que se sienta cómodamente en su sofá, y valoramos si mostrar o no las fotografías, los vídeos, ¿y si son demasiado? ¿qué roza lo grotesco y qué no? ¿dónde está el límite?. Nos preocupamos más por las pesadillas que nuestro vecino del quinto pueda tener esa noche a causa de las imágenes que de la pesadilla, en tiempo real, que están viviendo las víctimas del conflicto.

Somos capaces de emprender una cruzada en pleno siglo XXI, de dejar morir a la gente de pura indiferencia, y sin embargo clamamos al cielo cuando nos muestran imágenes que no queremos ver.

Deberíamos saber lidiar con los monstruos que creamos.

¿Cuántos niños han muerto en estas tres semanas? Pero a quienes nos lo muestran se les acusa de demagogia, de propaganda, de apelar a nuestras emociones para conseguir una reacción barata.

Obituario de los niños muertos en Gaza ONG ACRI


Isadora Duncan dijo que "en la medida en que el sufrimiento de los niños está permitido, no existe amor verdadero en este mundo".

Ni justicia, añadiría yo.



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